A r t u r o | XXIX

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XXIX

El camino a la fiesta al lado de Odiseo, montados en un bús ya prácticamente vacío, transcurre en silencio. Debo de decir, a favor de mi acompañante, que pese a que su actitud no es la más abierta ni charlatana, ha intentando entablar alguna conversación intrascendente conmigo. El problema es que yo no era capaz de contestar y, al contrario que en ocasiones anteriores, mi silencio no fue causado por la reacción que mi cuerpo suele manifestar en su presencia, sino a un enorme nudo en mi garganta formado por una única palabra: egoísta.

Me siento… En este mismo momento, como una mismísima mierda. ¿En qué me diferencio de Nacho si permito que haga lo que considere con mi hermana, como si de un juguete se tratara? ¿En qué me diferencio si soy un cómplice más que asiste en silencio a como Ginebra es manipulada por él? Porque hace una hora, en nuestra habitación, sabía con claridad que la blusa que señalé es de esas que mi hermana se compró para satisfacer a Nacho, para verse aceptada por cómo todo el instituto considera que debe vestirse la novia de Ignacio, del popular Ignacio. Aún así, la señalé. ¿Porque le queda bien? ¿Es esa una razón? ¿Y si en verdad la odia y solo la contempla y se la pone porque cree que debe hacerlo?

No… no lo sé. Siento que estoy haciendo una montaña con todo esto, demasiado alta para poder enfrentarla y demasiado alta como para deshacerse sola. Tendría que ser más objetivo y verlo con retrospectiva, pero ahora mismo soy incapaz. Soy incapaz porque estoy montado en un bus con un chico que me interesa porque quiero, cuando quizás debería estar luchando para que mi hermana no se meta en una fiesta con su novio, la misma fiesta a la que estoy asistiendo por un motivo muy diferente. Sé, además, que es muy poco probable que los vea, siendo la casa a la que vamos casi una auténtica mansión.

Pero, aún así, aquí estoy. No he dado la vuelta ni quiero darla. Y no quiero hacerlo porque, en el fondo, toda esta lucha me parece en su fondo absurda. Mi hermana no me cree; a su propio hermano. Mi hermana le hace los trabajos y no se da cuenta de que la utiliza. Mi hermana habla dos minutos por teléfono con su novio cuando este seguramente esté con su amante. Mi hermana lo besa en los mismos labios que él utilizó para amenazarme. Mi hermana lleva ahora puesta una blusa que sé que le gusta, pero que me empeño en pensar que no.

Quizá el problema soy yo. Quizás solo empeoro las cosas. Quizás hago bien en irme al margen. Quizás solo lío su cabeza con todas mis denuncias. Quizás solo empeoro la situación y cada vez me crea menos. Quizás… Quizás todo esto son palabras tontas y sin sentido. No puedo abandonar a mi hermana. No soy así, no puedo hacerlo.

Pero hoy… Hoy voy a la fiesta.

Para cuando el autobús para y Odiseo y yo nos bajamos, ya podemos sentir el retumbar de la música desde donde estamos. No hace falta que caminemos toda la avenida hasta la perpendicular para saber que la casa, con toda seguridad, ya está abarrotada en todo su apogeo.

Ya el lunes Blas me avisara que todo empezaba al atardecer, pero me aseguró que la verdadera fiesta no tendría lugar hasta las nueve. Ahora, son las nueve y dos minutos, y el vaivén del ritmo reggaetonero que recorre las losas bajo mis pies retumba en mis oídos, al que se le suman risas, cantos y bailes una vez llegamos al jardín de la gran casa, que disfruta del ruido que solo en una zona de casas de veraneo se puede recrear en pleno octubre.

Odiseo apoya su mano en mi brazo, cubierto por una chaqueta vaquera, cuando ambos pisamos el extenso césped, que recorre los veinte metros que hay hasta la casa y los laterales de la misma, extendiéndose hacia el propio patio trasero. Mire donde mire, hay gente, montones de gente que se amontona en pequeños y grandes grupos que bailan pegados el ritmo que sale de las puertas y ventanas de la casa, incluso a través de sus paredes. Casi todos sostienen entre sus manos latas, botellas y vasos de plástico blancos, derramando la bebida en la hierba con el movimiento de sus cuerpos. Apostaría una mano a que la mayoría se trata de algo con alcohol, cosa que es algo preocupante cuando, por lo menos, un tercio de los presentes es menor de edad.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora