Z e p h i r | LI

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LI

El peso de la mochila choca y rebota contra mi espalda a cada paso que doy esquivando a la multitud de niños que, como cada día, se reúnen para jugar en el bonito parque de la plaza de Diamantes. Es cuando salgo de la zona cubierta de césped cuando las veo: Irina me sonríe suavemente mientras que Cristina salta haciendo aspavientos con las manos para que pueda localizarlas. Sin poder evitarlo una sonrisa tira de las comisuras de mis labios; su pelo azul eléctrico es suficientemente vistoso como para que cualquier mirada se pose en ella dos veces antes de seguir caminando.

Pero no es hasta que estoy a unos pocos metros de ellas cuando lo veo a él. Mis párpados se entornan. Pelo rubio. Ojos claros. Hombros anchos. Sonrisa de Zac Efron aumentada cincuenta voltios. Por no hablar de las piernas musculosas que se adivinan bajo unas mallas negras.

El chico me saluda con la cabeza cuando alcanzo a las chicas. Mi mirada inquisitiva se dirige hacia Irina.

—Zephir, te presento a Alessandro, la estrella de la función de Navidad. Alessandro, este es Zephir, uno de los Sempiternos —presenta ella, moviendo su brazo entre nosotros para señalarnos, acompañando sus palabras.

Sonrío, un poco cohibido por la excesiva alegría que portan los rasgos de Alessandro, y le estrecho la mano que me ofrece.

—Encantado —dice, con un suave acento italiano marcando el final de la palabra.

—Igualmente. —Nuestro agarre se deshace y yo doy un paso atrás para darme cuenta que tanto Cristina como Irina llevan medias. Además, un comienzo de maillot se puede adivinar al final de sus abrigos de invierno—. ¿Tenéis ensayo hoy?

—Sí, el de la función de Navidad —responde Irina, haciendo un gesto con la cabeza para señalar a Alessandro y hacerme recordar sus palabras—. Es mañana y la profesora quiere que lo repasemos unas cuantas veces más. Llevamos todo el día en el estudio.

Mi ceño se frunce.

—¿Navidad? Si hoy ya es catorce. De enero.

—Ya, Zeph. Eso pensamos todos. Pero nadie puede replicarle a la señorita profesora. —Cris pone los ojos en blanco y bufa—. La muy capulla.

Irina le da un pequeño golpe en el brazo antes de volverse a mí con los ojos inusitadamente brillantes.

—¿Lo tienes? —inquiere, con apenas un hilo de voz.

—Por supuesto. —Descuelgo la mochila y la abro con cuidado de que no se caiga todo lo que llevo dentro. A continuación, saco la segunda mitad del temario que le había prometido—. Aquí tienes.

Irina se lanza a por los libros. Apenas los suelto ella corre a abrazarlos contra su pecho, dejando que su mochila deportiva caiga contra el suelo en un murmullo de tela.

—Muchísimas gracias.

Durante un rato nadie dice nada, observando la adoración con la que Irina pasa las páginas de uno de los libros de Historia del Arte.

—Pareces preocupado —murmura alguien segundos después. Mi mirada se encuentra con la del italiano, el cual ha borrado su sonrisa deslumbrante a una más sencilla expresión cuidadosa cargada de curiosidad—. ¿Estás bien?

—Sí, sí. Estoy genial —me apronto a responder, intentando relajar los músculos de mi cara. Si un extraño se da cuenta, no debería ser muy difícil para las demás. Y no me apetece tener que dar explicaciones.

Pero, aún así, sé que ya es tarde.

En apenas un parpadeo Cristina se sitúa justo a mi lado, pasando su brazo sobre mis hombros con cierto trabajo, intentando salvar la diferencia de alturas.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora