E p í l o g o

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14 de junio, miércoles

Tres meses más tarde

Z E P H I R

El viento acaricia con suavidad las hojas de los árboles, creando pequeños remolinos en el suelo sobre viejos y arrugados folletos que hablan de un reciente viaje a Canadá, así como envoltorios de colores que se pegan desgastados contra el recalentado asfalto.

El pitido de un coche me saca de mi ensoñación, y aparto la vista de la lejanía a tiempo para ver cómo la furgoneta de Almudena se aleja sorteando las plazas del parking ocupadas y atravesando las libres de manera temeraria, con el viejo y gastado runrún del motor de fondo.

—Necesito acabar con esto ya e irme a la playa —musita Dana, a mi lado, mientras comenzamos a caminar hacia las puertas del recinto.

—¿Y el examen de pasado mañana de Economía? —le recuerdo, alargando la mano para coger la suya entre mis dedos.

—¡Que le den a los impuestos! —exclama, llamando la atención de Andrés, que gira la cabeza un instante antes de bufar entre dientes. Yo le sonrío y él vuelve a mirar a Victoria, que relata entusiasmada cómo planea celebrar su cumpleaños dentro de unos días, ahora que ya vamos a estar todos. Dana frunce el ceño ante la descripción de globos con mucha purpurina. Luego, sacude la cabeza—. Antes estabas muy pensativo —comenta, cambiando de tema—. ¿No estás feliz de que vuelva?

—¿Qué? ¡Claro que estoy feliz! Solo que...

—Solo que...

—Que los padres de Raúl no van a venir —confieso. Cojo aire en el mismo momento en que traspasamos las puertas del aeropuerto detrás de un conjunto de hombres y mujeres trajeados que salen con sus maletas traqueteando tras ellos. De golpe, el sonido de la central me inunda los oídos, y el aire acondicionado consigue despejar el embotellamiento que el casi verano consigue originar en mi cabeza. Suelto el aire poco a poco—. Esta noche coge un bus para ir con su tía el resto de junio y del verano; a Brei. Las cosas en su casa no parecen estar bien aún.

—Entiendo. —Dana me sonríe con cuidado y cariño y me da un pequeño apretón con su mano—. Raúl es fuerte, Zeph.

Asiento, devolviéndole el gesto, y dejo que mi atención se desvía de mi novia ante el sonido de una fuerte palmada opacada por el sonido de la central. Victoria sonríe y mira a su alrededor, centrando su mirada en cada uno de los Sempiternos alternativamente y apretando el gran peluche de oso con una pequeña camiseta con la inicial de Raúl contra su pecho.

—Me encantan los aeropuertos —comenta, dando vueltas sobre sí misma, arrastrando a Arturo de la manga de su chaqueta—. Me encantaría ir a visitar a mi familia este año, pero con lo reciente que es lo de mi padre me da que nos vamos a quedar en Lloivela todo el verano. —Suelta a Art, amarra mejor el osito por la pata y se gira para mirarme—. ¿Por qué puerta entra Raúl?

—Creo que por la puerta de desembarco treinta y tres. —Suelto la mano de Dana un momento y saco el móvil del bolsillo. Pulsados un par de botones, la información del vuelo que nuestro amigo me mandó ayer aparece en pantalla—. Exacto. Puerta 33, llegada a las 12:45 —leo—. Aún quedan quince minutos, si es que no ha habido ningún retraso.

Victoria asiente y comienza a caminar de nuevo.

—Que guay que Raúl vaya a estar aquí para mi cumpleaños —repite por quinta vez en las dos horas que ha supuesto el viaje hasta aquí. Luego se gira y señala el cartel que indica el camino hacia los restaurantes y cafeterías sobre su espalda—. ¿Qué tal si vamos a comprarle un croissant? La última vez que viajé me comí uno de la cafetería de la salida y estaba bastante bueno para no ser francés. Eso sí, ni punto de comparación con los de mi abuela Odette. Mi hermano, con lo cascarrabias que es, se vuelve un osito de peluche cuando los toma. Son mágicos, de verdad...

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora