P r ó l o g o

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Z E P H I R

Mi padre, cuando yo era pequeño, me explicó que los sentimientos son algo similar a una enorme nebulosa que gira formando galaxias en nuestros corazones.

Cada vez que sentimos, una estrella se forma en esa gran galaxia, tomando forma y brillando, lista para que cada uno de nosotros fijemos el objetivo de nuestro telescopio para poder observarla en el medio de la noche.

Y esa estrella está viva. Alimentando nuestros sentimientos, alimentando nuestra vida.

Eso es lo que me contó mi padre aquella noche en la cual me confesó que la estrella del amor entre mi madre y él había dejado de existir. Se había apagado. Me dijo que, a veces, las estrellas llegan a ser agujeros negros que reclaman demasiado y que, si no nos protegemos, pueden llevarse mucho a su paso. Y que por eso decidieron separarse.

Yo de aquella lo entendí como un niño puede llegar a hacerlo, y me dediqué a observar el cielo en la noche desde mi ventana, buscando encontrar la antigua estrella que alimentaba el amor entre mis padres, esperando con fuerzas que volviera a brillar.

Quizás de aquella no entendía que hay estrellas que están destinadas a una corta vida, y que hay otras que son agujeros sin fin disfrazados de hermosos y falsos brillos para atraer a personas con ideas equivocadas sobre el amor. Puede que unas resplandezcan más que otras, y puede que algunas nunca lleguen a rozar el firmamento. Tal vez haya estrellas de colores, y quizás otras solo desprendan calor en la oscuridad.

Porque la verdad es que hay tantas estrellas como personas y, quizás, el gran problema está en pensar que son sempiternas.

Porque no hay estrellas sin final, y nosotros tendremos que aprender a vivir su brillo y rechazar la fría oscuridad.

01/05/2018

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora