Z e p h i r | XIV

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XIV

Miro a mi madre, sentada ante mí en el sofá delante mía vestida para salir a la calle. Golpeo nervioso el cojín con una uña, en tensión desde que me fijé en que de sus orejas penden sus pendientes favoritos, esos que le regaló mi padre muchos años atrás, adornados con una pequeña filigrana dorada envuelta sobre un pequeño óvalo azul. Desde ese momento lo tengo bastante claro: quiere pedirme algo.

—Cariño —empieza con voz dulce, mirándome a los ojos y anclando mi mirada, poniendo una mano en mi rodilla para tantear mi reacción—, he quedado para cenar con uno de mis compañeros de trabajo. Necesito que cuides a tus hermanos desde las seis.

Cansado y poco sorprendido por su petición, estoy tentado de negarme. Suspiro y cierro mis ojos por un momento para evitar mirarla, recordando como el viernes tuve que cuidarlos toda la tarde, igual que ayer, sábado, ya que tuvo que trabajar por la mañana. Luego recuerdo como Héctor me contó que Dana quedó el jueves con Darío para ir al cine, y como ayer por la tarde estuvo ocupada y no pude quedar con ella, teniendo que dar una vuelta yo solo ya que nadie estaba libre por culpa de la montaña de trabajos. Otro pensamiento, rápidamente deshechado, pasa por mi cabeza: no he empezado ningún trabajo.

Al cabo de unos segundos, vuelvo a abrir los ojos y miro a mi madre. No puedo ser egoísta y fastidiarle la cita, no después de lo que hizo por Jess, Jade y yo después de que el imbécil de mi ex-padrastro la dejara en la deriva con un niño de once años, otro de tres y una bebé de uno a su cargo, solo porque a Jade le diagnosticaron autismo. Mi madre se merece ser feliz.

—Claro, mamá —acabo diciendo, tirando de mis comisuras cara arriba. Ella sonríe y se levanta para darme un abrazo que, sin saberlo, me ayuda a convencerme de que estoy haciendo lo que debo.

—Muchas gracias, hijo —murmura contra mi pelo. Yo sonrío, incluso cuando se separa, dejando anclada la sonrisa en mis labios—. ¡Niños, nos vamos al parque! —grita hacia el pasillo, recibiendo la respuesta emocionada de Jess al otro lado del piso. Luego me vuelve a mirar y saca su cartera, tendiéndome un billete de veinte euros—. Diviértete —dice, volviéndome a abrazar para darme un beso en la frente.

La ayudo a preparar a mis hermanos y los despido en la puerta, viendo como Jess parlotea emocionada sobre una pizzería a la que podrían ir a comer. Con una pequeña sonrisa en los labios, voy a sentarme al sofá. Una vez siento los cojines arroparme, me permito cerrar los ojos y suspirar. Genial.

HECTORINO: Lo siento, pero hoy tengo todo el día ocupado. Voy con mi padre al centro comercial.

Con una mueca, leo el mensaje de Héctor otra vez. Cierro el chat sin molestarme en contestar y abro el siguiente. Aunque no me apetece mucho tras el desastre de la purpurina, mando el mismo mensaje a Almudena preguntándole si quiere ir a comer conmigo. La verdad es que hubiera sentido alivio ante su respuesta (día de chicas con su prima) si no fuera porque acabo de quedarme solo de nuevo.

Suelto un suspiro y abro otro contacto, decidiendo saltar a la piscina. ¿Por qué no?

YO: ¿Te apetece ir a comer conmigo?

Al cabo de un rato, recibo una respuesta que hace que un festival de danza comience dentro de mi pecho.

DANA: Han abierto un nuevo restaurante vegano, ¿te mando la dirección? ¿Vamos?

YO: Claro.

Obligo a mi corazón a calmarse, el cual aún grita de júbilo. Ha dicho que sí. Sin creérmelo de todo (pensaba que estaría ocupada, al fin y al cabo sus padres volvieron el viernes), aguardo a que me pase la dirección, aunque ya casi me da igual donde sea total de que vaya ella. Al cabo de unos minutos, recibo un enlace a la página de tal restaurante y una pregunta que acaba matando la sonrisa en mis labios.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora