XXXIV
—¿Va?
—Shhh —murmuro, mirando fijamente las rayas de cobertura del móvil.
Zephir no dice nada más, aguardando en el mismo silencio expectante que yo. Cruzo todos los dedos imaginarios que soy capaz de concebir para que se ilumine, aunque sea, una de las líneas. Estiro más el brazo sobre mi cabeza, pero, por mucho que no pestañee, no hay suerte.
Mis hombros caen, rendidos, al mismo tiempo que suspiro. Bajo el móvil y lo apoyo sobre el oscuro pelo de Zephir, apagando la pantalla, y con dos dedos le doy un toque en el hombro. Él se agacha, entonces, y me deja bajar de sus hombros. Con un gruñido planto mis zapatos sobre el cemento de la azotea, temblando por las cada vez más fuertes ráfagas de frío. Con una mueca le tiendo el móvil a Zephir, que me mira esperanzado. Aún así, cuando niego con la cabeza, sus hombros también se hunden.
—Ni tu móvil ni el mío —musito, bajando del bloque de hormigón al mismo tiempo que él. Miro a mi alrededor y frunzo mis cejas—. De verdad que no lo entiendo. ¿A cuántos metros estamos? ¡La cobertura debería ir de fábula!
—Ya, bueno —dice Zeph, siguiéndome a la pequeña pared al lado de la puerta—. Con tanta antena lo más probable es que haya alguna clase de inhibidor de frecuencia.
—¿No era ilegal usarlos? —pregunto, plantándome ante la puerta.
—Eso ya es otro asunto. Y depende mucho del caso. —Zeph me mira de reojo mientras con un gruñido tenue vuelvo a intentar tirar de la palanca que acciona el mecanismo interno de la puerta, mas sigue tan cerrada como hace quince minutos—. Anda, vamos a una parte donde dé menos el viento. Probamos de nuevo en un rato.
Asiento, reticente, y suelto la barra dando un paso hacia atrás. Cogiendo aire salgo del zócalo de la entrada y, con Zeph, doy vueltas hasta encontrar el costado de la entrada contrario a la dirección del viento, donde una pequeña bombilla incrustada en el hormigón alumbra un escaso metro cuadrado de cemento roído por el tiempo, adornado con tres cigarrillos olvidados por algún antiguo visitante. Una vez los apartamos con el pie nos dejamos caer contra el iluminado cemento gris y apoyamos la espalda en la pared, acariciados por una suave, continua y fría brisa.
Ambos nos quedamos en silencio. Durante varios minutos observamos las luces de este lado de la ciudad, los cables sumidos en sombras que hay a escasos metros de nosotros y el continuo silbido del viento contra el hormigón en ninguna y todas partes al mismo tiempo. El silencio cada vez se hace más palpable sobre nosotros, arrullado por el vaivén del aire y, sin soportarlo ni un segundo más, llevo una mano hasta el bolsillo trasero de mi pantalón y saco de nuevo el móvil.
Pulso la huella. Nada, ni una línea de mísera cobertura. Apretando mis dedos alrededor del marco, frustrada, dejo que la pantalla se apague lentamente.
Mi cabeza cae hacia atrás, sintiendo apenas el rugoso tacto de la pared de piedra a través de mis rizos afro contra la piel de mi cuero cabelludo. Es cuando cierro los ojos que siento un brazo deslizarse sobre mis hombros, abrazándome de lado. Mis párpados aletean hasta volver a abrirse, observando de reojo como Zephir me dedica una pequeña sonrisa mas, cuando trato de responderle, me sale un extraño rictus que corro a borrar.
Miro de nuevo el móvil, apagado sobre mi regazo y oculto entre la penumbra que la débil bombilla proyecta sobre nosotros. ¿Dónde narices están nuestros amigos? ¿No se han dado cuenta de nuestra ausencia?
Sacudo mi cabeza y la dejo caer contra el hombro de Zephir.
—¿Tienes frío?
—¿Por qué lo dices? —inquiero, acurrucándome más contra su cuerpo, doblando las rodillas hasta pegarlas a las suyas.
ESTÁS LEYENDO
Sentimientos sempiternos
Teen FictionZephir es un chico al que le encantan las novelas románticas juveniles. Pero eso no significa que, en la vida real, esté dispuesto a formar parte de un triángulo amoroso donde: 1. No lleva las de ser la esquina beneficiada. 2. La c...