XI
La mañana del jueves me despierto en el sofá, con un terrible dolor de cuello y el cansancio haciendo eco en las ojeras que debo de tener.
Me incorporo sobre un codo y me destapo la manta que debió de ponerme mi madre al volver. Bostezo y siento el sabor del helado de frambuesa en la boca.
Ahogo un suspiro al rememorar el día anterior, sintiendo florecer un incipiente dolor de cabeza. Cierro los ojos y un débil gemido sale de mis labios entreabiertos, similar al que emití al abrir la puerta del apartamento el día anterior.
Tras recibir la llamada de Héctor el día anterior, corrí a casa sin siquiera pararme a respirar, lo que supuso que llegara resoplando a la puerta de mi piso. Había intentado llamar a Héctor de nuevo, pero no había contestado, aumentando mi preocupación.
Saqué las llaves con prisa y, tras caerse dos veces, conseguí meterla en la cerradura y entrar en mi casa. Nada más poner un pie dentro, noté algo viscoso bajo mi zapato derecho. Con una mueca y la preocupación obstruyéndome la garganta, levanté mi pie para encontrar un potingue grisáceo aplastado contra la alfombra y la suela de mis playeros. Me quité el calzado y, con cuidado de no pisar en el mismo sitio, lo olí.
—Harina —murmuré. En ese momento levanté la vista y lo que vi casi me provocó un infarto. Había purpurina y pringue de harina por todos lados: la pared, la alfombra, el techo, la lámpara, los muebles… Parecía que una explosión hubiera tenido lugar en la entrada de mi apartamento, creando un horrendo mosaico.
Entonces me interné en la casa extrañamente silenciosa, para encontrarme a mis hermanos durmiendo tranquilamente en sus cuartos y a una sucia Almudena tumbada en el sofá, profundamente dormida.
Ahogué un suspiro al verla y, en ese instante, apareció Héctor con una bayeta en la mano y un cubo lleno de agua en la otra, para pasarnos las siguientes dos horas y media limpiando todo.
Al final, ambos acabamos sentados en el sofá con una tarrina de helado de naranja él y yo otra de frambuesa, y procedió a contarme la llamada de auxilio de Almi, la cual seguía sopa a nuestro lado.
Con un bufido ante los recuerdos, abro los ojos y me incorporo para ir a despertar a mis hermanos. Nada más ponerme de pie, mi móvil vibra en el sofá. Lo cojo y leo el mensaje parpadeante en la pantalla.
THE BEST UNCLE IN THE WORLD: Sobrinito, puedo conseguirte el temario de artes para comienzos de la semana que viene. Ok o no ok??
YO: Muy Ok.
Le doy a enviar a la respuesta, convencido de esta. Sé que Irina cumplirá su palabra, así que no temo que actúe antes de la semana que viene. De todas formas, hablaré con ella.
La próxima hora pasa ante mis ojerosos y cansados ojos en un instante, y no soy consciente de mis actos hasta que veo al bus escolar de mis hermanos alejarse por la calle, con Jess y Jade dentro.
Con el agotamiento sobre los hombros vuelvo a subir al piso, donde me preparo unas simples tostadas que tomo sentado solo en la mesa de la cocina, con el sonido del viejo frigorífico como único acompañamiento. Nada más acabar, bajo a la parada del autobús. Sintiéndome muy zombie, viajo en el vehículo adormecido por el movimiento que me acuna.
Miro por la ventanilla y sonrío recordando que Dana aceptó el juego que propuse pero, nada más pensar en ello, también recuerdo la cara de Arturo y las pocas ganas que tenía de aceptar. Con resolución, decido hablar con él cuando tenga la oportunidad.
Minutos después, me encuentro en la entrada del instituto, dirigiendo mis pasos a la clase de Biología. Cuando ya estoy en el pasillo, veo a Dana apoyada al lado de la puerta. Cuando se incorpora y se gira para sonreírme, mi corazón da un vuelco en mi pecho. Le sonrío de vuelta, intentando mientras tanto de calmar mi pulso y la esperanza que late al mismo son.
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Sentimientos sempiternos
Teen FictionZephir es un chico al que le encantan las novelas románticas juveniles. Pero eso no significa que, en la vida real, esté dispuesto a formar parte de un triángulo amoroso donde: 1. No lleva las de ser la esquina beneficiada. 2. La c...