A r t u r o | LIV

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LIV

Cuando me despierto, mi nariz se arruga al volver a ser consciente del tibio aroma a gasolina que rodea como un aura a todos los presentes en el garaje de la casa del ligue, y "para nada novio", de Blas.

Me incorporo sobre las cajas y mantas acumuladas en un lado de la plataforma o escenario de madera donde me estiré hace lo que parece ya media hora. Miro a mi alrededor y observo como Liz, la pequeña de los Solberg y hermana menor de Blas, sigue dándose el lote en una esquina con su novio. Por como está tocando a Lizette, cualquiera podría adivinar que es el teclista del grupo.

Me froto los ojos y me levanto, caminando por el desierto y silencioso garaje solo lleno de pequeños gemidos que intento obviar, acercándome a la pequeña neverita escarlata. Evito las numerosas gaseosas de etiqueta roja, sin querer despertar la furia del guitarrista al cual aún no he tenido el honor o mala suerte de conocer, y agarro un refresco de naranja de una marca que en mi vida he visto.

En ese momento la puerta que da a la casa se abre, y Blas, su no-novio Duarte y la hermana de este último, Ari, entran charlando sobre lo que debe ser la última fiesta que dieron.

Blas se separa de ellos y viene hacia mí, mientras que Duarte se acerca a la batería y Ari, una chica alta, de piel tan aceitunada como la de su hermano, y con el pelo oscuro corto sobre su cabeza, salta hacia la pareja de acaramelados y los separa del susto.

—Es una pena que los demás integrantes de Brétem no hayan podido venir —comenta el rubio, apoyándose en la pared a mí lado—. Pero si quieres les decimos a Duarte y a Yun que toquen alguna instrumental. Batería, teclado... Podría quedar bien.

—Gracias, Blas, pero no hace falta. —Intento sonreírle antes de girar mi cuello para observar el techo, la única pared que no está cubierta con pósters, partituras, fotos e instrumentos del grupo.

Nos quedamos en silencio un rato, escuchando las risas de los demás de fondo mientras abren la puerta del garaje para ir a por lo que gritan son suministros. El frío y la luz natural nos inundan y Blas y yo quedamos solos en el interior.

—¿Qué tal en casa? —pregunta el rubio, bajando la voz como si temiera asustarme.

Me encojo de hombros, sin apartar la mirada del techo para centrarla en él.

—Trámites de divorcio, más trámites de divorcio y más trámites de divorcio. Estrés, agobio... Y una hermana que sigue sin hablarme pero que, al menos, ha aceptado que mis padres ya no van a seguir juntos. Supongo que ella también sabía en el fondo que el matrimonio no estaba funcionando —reconozco, hablando con la única persona a la que me he permitido abrirme estos últimos días, este último mes, junto con Odiseo—. Por otra parte, mi madre parece más agotada que nunca. Pero... relajada. No sé si es eso posible, pero lo parece.

—¿Alivio, quizás?

—Puede ser. —Cierro los ojos en un pesado parpadeo, visualizando las sonrisas cansadas que mi madre esboza cada vez con más frecuencia—. Mi padre se ha ido a vivir con mi abuelo, el cual le sigue dando dinero como si de un banco sin intereses se tratara. —Una mueca se instala en mis labios, como cada vez que cuento algo tan privado a alguien de fuera de mi familia. Me obligo a seguir porque, si bien sigo tan entero, ha sido gracias a poder abrirme con alguien—. Mis padres acordaron dejar todo de forma que mi padre fuera... ¿la víctima? No sé, pero han conseguido que mi abuelo no le quite la financiación a mi padre.

—¿Y tú qué opinas?

Me encojo de hombros de nuevo, sintiendo que este mes es lo único que sé hacer.

—No estoy de acuerdo, viendo todo lo que ha pasado. Pero mi madre poco a poco vuelve a parecerse a aquella que recuerdo, a la "feliz", y no me siento capaz de objetar en nada más.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora