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Salgo de la cafetería decidida, con una firme idea en mente. Pienso intentar conquistar a Darío mientras él no me diga a la cara que le gusta Mía y sale con ella. Me voy a esforzar, como bien terca que soy, todo lo que pueda. Si bien estoy usando este juego de Zeph como excusa, lo sé, pienso aprovecharla. De excusas se construye el mundo, y si no es así, pues lo será a partir de este momento.
A este paso, me acabaré inventando las leyes de la física.
Salgo de la plaza de Corazones con mi mente en un bucle a amplia velocidad, pensando mis opciones. Obviamente, ya he decidido que no está todo perdido y, por tanto, no me voy a rendir. Pero también tengo claro que, en el momento en que Darío me indique que no hay ninguna posibilidad, dejaré el juego y me esforzaré por cuidar mi corazón magullado. Pero eso no es nada que la felicidad de mi amigo y el tiempo no pueden arreglar... así que, por ahora, me centraré en intentar traspasar la friendzone. Tarea complicada, people.
La verdad es que sigo dudando de hacer esto. ¡Por favor, si los vi besarse! O comerse la boca, según se vea. Pero bueno, ha pasado un verano... y obviamente no me voy a meter en el camino de Mía. Yo solo... voy a pasar tiempo con él, como llevo haciendo años, y voy a hacerme notar. Sí, ese es un buen inicio.
Pese a mi charla interior, por respeto a todos nosotros, cojo el móvil y mando un mensaje a Victoria, dispuesta a asegurarme de una cosa antes de empezar lo que sea que vaya a hacer. Al no recibir contestación, decido llamarla. Espero, pero acaba saltando el contestador. Trato de llamarla de nuevo hasta que caigo la cuenta de que es miércoles y que debe de encontrarse en la academia de inglés.
Me esfuerzo en hacer memoria de todas esas veces donde Vicky habló de sus clases, y llego a la conclusión de que debe de salir a las seis. Miro la hora en el móvil y, tras cercionarme de que aún tengo tiempo, voy caminando a su academia, cercana a la Plaza de Tréboles, pensando en la moralidad de mi plan y en mi falta de él.
Una vez llego al lugar de la puerta roja, entro haciendo sonar una especie de timbre muy estridente. Hago una mueca mientras me acerco al mostrador, donde un señor de abundante bigote gris se encuentra limpiando sus gafas. Me apoyo en el pequeño trozo de barra a este lado del cristal y lo miro, componiendo mi mejor sonrisa.
—Hola —saludo cuando abre la pequeña puertecita de cristal. El señor me mira e intenta sonreír, con un gran intento fallido que acaba por hacer que vuelva a ponerse serio.
—¿Qué desea? —pregunta con una voz muy cascada. Arrugo la nariz ante tal frase. Saliendo de sus labios bigotudos, no suena muy bien.
—Querría saber a qué hora sale de clase Victoria Ivonne Ibáñez le Duc —contesto, sonriendo ante el trabalenguas que es el nombre completo de mi amiga. El señor me mira sin pestañear. Borro mi sonrisa y frunzo el ceño—. ¿Qué pasa?
—No puedo darle esa información. Va en contra de la política de privacidad de datos de la empresa.
Mi boca se abre de par en par. ¿Me está hablando en serio?
—¿Lo dice en serio?
—Tan en serio como lo es mi bigote, señorita —responde. La irritación creciente hace que su frase no me arropile lo suficiente, pasándola por alto.
—Mira, solo tiene que decirme a qué hora sale para saber cuánto tengo que esperar.
—Señorita, yo no puedo darle esa información, va en contra de la...
—Ya, ya —interrumpo con un gesto de la mano—. La estúpida política de privacidad esa. Mire, conozco a Victoria desde que éramos dos amebas en un parque infantil. Obviamente no voy a esperar en esta estúpida sala par asesinarla o algo así, por lo que puede darme sin problemas la maldita hora de fin de clases —explico.
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Sentimientos sempiternos
Teen FictionZephir es un chico al que le encantan las novelas románticas juveniles. Pero eso no significa que, en la vida real, esté dispuesto a formar parte de un triángulo amoroso donde: 1. No lleva las de ser la esquina beneficiada. 2. La c...