Z e p h i r | XXXII

303 39 20
                                    

XXXII

Cuando llevo el vaso a mis labios y los mojo en el líquido anaranjado, que en el débil pretexto de ser zumo tropical se ondula en pequeñas y turbias ondas contras las paredes de plástico, noto el suave picor del alcohol estallar en mi garganta. Con una mueca lo aparto de mi boca y lo dejo en la pequeña mesita del salón bajo una moderna lámpara de cuentas, sin poder evitar sentirme del todo menos sorprendido. Al fin y al cabo, Almudena ha sido la encargada de traer las bebidas a mi fiesta de cumpleaños, y mi amiga es incapaz de concebir cualquier tipo de reunión social sin alguna bebida alcohólica. Y sí, hay menores de edad en la fiesta, por no decir la mayoría. Quizás, demasiados.

No es algo nuevo para mí que Almu y Héctor decidan planificar mi fiesta sin mí, por lo que tampoco me extraña que en el espacioso piso donde viven mi mejor amigo y su padre haya rostros que en mi vida he visto. Si por mí fuera, aquí solo estarían ellos dos, los Sempiternos y algunos compañeros más del instituto con los que tengo una relación bastante amistosa, o incluso esos antiguos compañeros del equipo de atletismo al que fui hasta hace apenas un par de años. Y soy consciente de que muchos han venido, mas entre todos los presentes solo he podido saludar a una y he visto la espalda de otro. De hecho, ni siquiera he saludado a todos los Sempiternos, pero me puedo imaginar bastante bien la cara que debe de tener Irina esté donde esté, intentando digerir que toda bebida que no salga directamente de algún grifo en esta casa ahora mismo no pasaría un control de alcolemia. Yo solo espero que los únicos que se encuentren bebiendo sean mayores de edad.

Vanas ilusiones.

Me alejo del pasillo a medida que este se va llenando de un grupo creciente de bailarines aleatorios que comienzan a asfixiarme. Codazo tras codazo y disculpa tras disculpa, consigo llegar hasta el enorme recibidor, donde pocos rezagados se balancean al ritmo de la música que, opacada, llega hasta nosotros desde el salón en un pequeño y latente retumbo. Es entonces cuando, apoyando mi cintura en el ancho mueble rojizo, me permito cerrar los ojos y suspirar.

Cuando por fin los abro al cabo de un rato y miro el suelo, me doy cuenta de todo lo que le va a costar a Héctor recoger y limpiar todo esto antes de que venga su padre. Ni con mi ayuda ni la de Almudena será suficiente, a juzgar por la cantidad de vasos de plástico esparcidos que caben en un metro cuadrado. Ni con un equipo de limpieza al completo, joder.

Con un suave gruñido resignado, me giro y agarro el pomo de la puerta, tirando de él hasta que la entrada se abre y me deja una salida del calor sofocante que comienza a hacer dentro del apartamento, tiñendo mis orejas de un tono rojizo y acalorado.

Cuando el frío aire de las escaleras impacta contra mi cara y la puerta se cierra suavemente a mis espaldas, aislando mis oídos de la música retumbante, veo que no soy el único que ha recurrido al descansillo de las escaleras para respirar del ambiente sofocante de la fiesta.

Apoyada con todo su peso contra la pared, moviendo un pie arriba y abajo en una música que solo sus oídos pueden oír, mueve la cabeza a un ritmo lento que balancea sus suaves y esponjosos rizos. Cuando su vista se alza por el ruido que la puerta hace al cerrarse y sus ojos oscuros conectan con los míos, una cálida sonrisa se hace dueña de mis labios.

—Hola —murmuro, recortando los pasos que nos separan hasta dejarme caer a su lado en la pared, apoyando con un pequeño golpe sordo mi espalda en los pequeños azulejos.

Dana no responde. En su lugar, deja caer su cabeza de lado hasta que se apoya en mi hombro, aprovechando el desnivel idóneo entre nuestras alturas. Oigo cómo suspira y, apenas unos segundos después, como se mueve su mandíbula. Es casi imperceptible tras el débil latido de la música que retumba todavía a través de las paredes, pero aún así consigo oír cómo susurra, suavemente y cargada de emoción:

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora