XXII
Me cago en todo. Tengo ganas, muchas ganas, de coger una tijera y acabar con el problema de una vez. ¿Por qué tuve que aceptar? ¿Qué pasaba por mi jodida cabeza en ese momento para aceptar?
Bueno, quizás la respuesta a lo último es fácil: Zeph. Maldito Zephir y maldito su abrazo, su poder de persuasión y sus ojos azules. Seguro que fue una nueva forma de manipulación para dejarme a merced de su hermana (que espero que no quiera ser peluquera de mayor) por propia voluntad para que acabara con esto en el pelo. ESTO, que parece un viejo nido de pájaros, que ni siquiera estos quisieron, arrasado por un huracán, masticado y escupido por un gato tal cual como bola de pelo. De hecho, parece de TODO antes que pelo.
—Cariño, deja eso ya y desayuna. —Alzo la cabeza con los dedos enredados en mi pelo y fulmino a mi madre con la mirada, que me mira sobre su café.
—Lo haría, pero creo que tengo los dedos enganchados en alguna de las ramas de mi nuevo look —digo con sarcasmo. Intento reprimir mi mala leche y suspiro, mirando el reloj de la pared de la cocina, y desenredo mi mano de mi cabeza. Gruño cuando veo la posición de las manecillas: ya me levanté mucho más tarde de lo habitual, y no me queda tiempo para arreglar esto antes de ir a clase. Quizás si me doy prisa pueda conseguir algo—. Lo siento, me tengo que ir —anuncio levantándome de la silla, rechazando la mirada recriminatoria de mi madre y cogiendo mi plato con una mano para acabarlo en mi cuarto.
—No pensarás llevar eso en el pelo a clase, ¿verdad? —inquiere mi padre a mis espaldas. Me giro hacia él y me encojo de hombros, observando cómo se vuelve a abrochar un botón de su camisa sobre su abultada barriga.
—Sí, voy a llevarlo —contesto, por una parte por el placer de llevar la contraria, y por otro lado porque, siendo realistas, no creo que me dé tiempo a arreglarlo—. Quizás incluso lo pongo de moda.
—Así los chicos ni se te acercarán.
—Oh, vaya problema —murmuro con dramática preocupación, dándome la vuelta hacia la cocina, donde Maika se encuentra secando los platos de la cena del día anterior reprimiendo alguna carcajada.
Me detengo a su lado un momento, agarrando la última tostada con aceite del plato para dejarlo en el fregadero y dirigirme a mi habitación. Si quiero ir algo presentable, más me vale encontrar un gorro.
Minutos después de haber cerrado la puerta para darle privacidad a mi búsqueda, cuando por fin tengo un feo gorro de rayas grises y rosas entre las manos, Maika irrumpe en la habitación sin llamar, como ya es habitual. Se apoya en el marco de la puerta y observa cómo recojo el resto de mi ropa de vuelta a los cajones. Maldito Zeph.
—Si me dejas un poco de tiempo, puedo intentar ayudarte —ofrece. Se queda observando mi peinado durante unos segundos—. ¿Son trenzas hechas con trenzas?
—Supuestamente. Por lo menos antes de que se enredaran al dormir, el pelo se saliera de las gomas y se deshicieran ciertas partes —le explico, encogiéndome de hombros. Alzo el gorro para que lo vea—. Y no te preocupes, tengo el gorro.
—De acuerdo. Entonces seguiré con los platos —se despide.
Me doy la vuelta hacia el espejo cuando la puerta se cierra a sus espaldas, observando el trozo de lana entre mis manos. Está viejo y descolorido, y debe de llevar en el fondo de mi armario años, muchos, pero muchos años. Mordiendo mis labios para retener un suspiro lo llevo a mi cabeza y me lo coloco, cubriendo el nido que es mi pelo. Me observo en el espejo y una mueca cubre mis facciones. La verdad es que no es una sorpresa que me quede pequeño y que me apriete. El problema es que deja ver mechones enteros del nido por debajo del borde rayado.
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Sentimientos sempiternos
Teen FictionZephir es un chico al que le encantan las novelas románticas juveniles. Pero eso no significa que, en la vida real, esté dispuesto a formar parte de un triángulo amoroso donde: 1. No lleva las de ser la esquina beneficiada. 2. La c...