A r t u r o | XII

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XII

Los trabajos se me acumulan y yo, por culpa de cierto chico moreno, aún no hice nada del de Historia Contemporánea. Por si esto no fuera suficiente para deprimirme el comienzo de clases, el profesor de esta última decidió dar tema a saco pese a ser solo el TERCER DÍA DE CLASES.

Maldito Bachiller.

Llego a la parada del bus sin mi hermana, como ya se está haciendo costumbre. La verdad es que no tengo ni idea de donde está, lo que solo incrementa mi preocupación. Suspiro, rendido, y me apoyo en el cristal de la marquesina sobre un hombro, recordando la disculpa que me pidió ayer por la noche.

Solo espero que mi perdón la haga recapacitar.

Cuando llego a casa me encuentro que tampoco está mi madre. Dejando las llaves y la mochila en mi cuarto, me interno en la cocina, suponiendo que estará de turno en el trabajo. Al llegar a la respectiva habitación, me encuentro a mi padre sentado en la mesa, mirando el móvil como lleva haciendo semanas.

—Hola, papá —saludo.

—Hay fideos en el microondas —responde levantándose. Pasa por mi lado y me revuelve el pelo, sonriendo—. Hijo, te dejo solo. Debo ir a la Redacción. Al parecer ha surgido un problema con mi artículo.

—Oh, vale —respondo, viéndolo coger las llaves. Antes de que salga por la puerta, lo llamo—. Papá, una cosa. Hoy en Literatura Universal nos dieron la lista de los libros de lectura del curso. ¿Podrías darme dinero y así voy a comprarlos al salir de clases esta tarde? Solo los del primer trimestre.

Asiente y saca la cartera, dándome el dinero antes de despedirse definitivamente y salir por la puerta. Miro la madera durante unos segundos, resultándome extraño que vaya a trabajar a estas horas. Me encojo de hombros no muy convencido y me dispongo a comer.

Miro los fideos entre bocado y bocado, sintiéndome muy solo comiendo en el silencio de la cocina. Luego observo las otras tres sillas vacías, echando de menos que estamos todos juntos sin ninguna tensión, no como la cena de ayer.

Me encantaría que, por lo menos, una persona estuviera aquí conmigo para comer. No sé, mi madre, mi hermana, mis amigos… El chico misterioso del archivo.

Sinceramente, me asusta pensar en él. Es decir, es muy poco probable volverlo a ver. Quizás solo fue ese día al archivo. Quizás ya acabó el trabajo. Quizás se muda y no lo vuelvo a ver.

Pero… Dios, me asustan las ganas que tengo de que, aunque sea, volver a verlo una vez más. A él y a sus ajustadas camisetas negras.

Abro los ojos, asombrado por mis pensamientos. ¿Serán las hormonas? Vuelvo a evocar a la figura del chico en mi mente, y siento un retorcijón nervioso en el estómago. Definitivamente, son las hormonas. ¿Qué si no? Hace dos días no me interesaba nada de esto, y ahora no me saco al chico de mis pensamientos.

¿Y si a él no le gustan los chicos? ¿Y si le gustan pero yo en específico no? Cierro los ojos y respiro, apartando el plato de fideos de mí. ¿Qué más da, si no lo voy a volver a ver? Me estoy montando una novela de ficción yo solo.

Mi móvil suena a mi lado, vibrando en el mantel. Limpiándome las manos lo cojo, viendo el mismo número desconocido que ayer. Descuelgo.

—¿Diga?

—Hola, Arturo —saluda alegre la voz masculina al otro lado—. Me preguntaba si podríamos hablar después de las clases de la tarde, a la salida del instituto.

A medida que sus palabras llegan a mis oídos, todo lo hablado y sucedido con Zephir ayer vuelve a mi cabeza de golpe. Abro los ojos, envuelto en nerviosismo. ¿Cómo se me pudo olvidar?

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora