Z e p h i r | XXIII

330 46 29
                                    

XXIII

—¿Qué película quieres ver? —susurro en el oído de Dana, alargando las palabras en un desesperado intento de permanecer aquí, tan cerca de ella, más tiempo. Aquí, a milímetros de que mis labios toquen su piel. A milímetros de poder besar su esbelto cuello. Solo a milímetros…

Me separo muy despacio, advirtiendo cómo la piel de los brazos de Dana se ha erizado. Además, juraría que siento un leve escalofrío pasar de sus hombros a mi mano, aún apoyada en su piel.

Le afecta. Yo le afecto.

Una sonrisa de victoria se dibuja en mis labios, aplaudiendo mi inesperada decisión. Lo cierto es que durante largos minutos dudé, dudé siquiera de acercarme a su piel más de lo necesario, sintiéndome cobarde. Pero recordé todo lo que he montado en el plan, todas las personas que he involucrado, y sentí que debía hacerlo. O, por lo menos, intentarlo.

Pero de lejos no esperaba su reacción, y aunque ahora se vuelva hacia mí con un mohín enfadado, el brillo en sus ojos me indica que, en verdad, no le ha molestado.

—¡No hagas eso! —exclama, golpeando mi hombro con su puño cerrado. No utiliza ni un cuarto de la fuerza que sé que puede usar, aunque sea de broma, y eso solo hace que mi sonrisa crezca ante su mirada. Eso me gana otro puñetazo.

—¡Eh! —rio, protegiendo mi brazo con una mano. Mi pecho sube y baja por la risa, llenándose por dentro de una extraña felicidad al ver que mi plan, quizás, puede llegar a funcionar.

—Tonto —masculla entre dientes, asegurando mejor el asa de su bolsa entre sus dedos y girándose para no verme.

Mi risa va silenciándose poco a poco, pero no pierdo la sonrisa. De esta forma nos encuentra Rebeca cuando, segundos después, sale del baño. Sin mostrarse sorprendida por nuestra situación, eleva las comisuras de sus labios y alterna la mirada entre nosotros.

—Aquí ha pasado algo —afirma, analizando mi sonrisa y los brazos cruzados de Dana, que me fulmina con la mirada de soslayo.

—No te creas. Solo que Zephir dejó su neurona en casa —gruñe nuestra amiga, empezando a caminar hacia la fila de las taquillas sin esperarnos y sin descruzar las brazos, aunque pondría una mano en el fuego a que esboza una pequeña sonrisa. Rebeca alza una ceja hacia su comportamiento, pero yo me limito a responderle con un leve encogimiento de hombros, siguiendo a Dana.

Una vez detrás de las cintas que limitan la línea donde esperar turno, reflexiono sobre sus palabras. Puede que dejar de pensar en todo lo que puede o no pasar ayuda a que mi corazón y mis sentimientos cobren una voz real que me lleve a actuar según lo que siento. Tal vez debería pensarlo menos y actuar más para que mi plan realmente funcione, pero…

—Bueno, ¿ya sabemos que queremos ver? —pregunta Beca. Aparto mi mirada de las cintas rojas y la subo hasta su rostro, al igual que Dana. Negamos con la cabeza—. Pues… ¿qué tal votación? ¿Zeph?

—Un momento. —Desvío la vista hacia las carteleras, de espaldas a ambas chicas, y me permito hacer una mueca frustrada. Con un suspiro, y evitando que mi voz filtre la resignación de los recuerdos, digo en voz alta—: Yo voto por Los atardeceres se teñirán de blanco.

Intento que mi cara no transmita nada indeseado cuando me vuelvo de nuevo hacia ambas chicas, intentando deshacer el recuerdo de mi padrastro. Al final, mi voz sale firme, demostrando que sé con exactitud qué película quiero ver; de hecho, si Dana no me hubiera preguntado, habría venido con mis hermanos a ver la adaptación cinematográfica de una de las últimas novelas que he leído. Una novela juvenil romántica y, por lo tanto, una película de romance.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora