D a n a | XLI

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XLI

Pintar el muro exterior del instituto. Pintar el jodido muro exterior. El muro.

Me giro hecha una furia hacia la puerta de jefatura de estudios, que ahora se cierra privándome de la visión de Zephir, aún sentado en el escritorio de la insufrible de Neus. Me alejo unos pasos, incapaz de aguantar unos segundos más su insoportable voz chillona. Con sinceridad, me he planteado varias veces si el tinte pelirrojo le afecta a las cuerdas vocales. Cada maldita vez que pongo un pie en su despacho, su voz se ha elevado unos cuantos decibelios de más para taladrarme los oídos con más precisión. Como la gripe, muta cada año para hacer el paso por su despacho más insoportable.

Pintar el maldito muro. Hay que joderse.

Un suspiro cansado sale a presión de mis labios mientras me siento en uno de los bancos del pasillo. Me echo para atrás hasta notar la madera contra mis omóplatos y cierro los ojos. Ojalá Neus se pierda entre sus numerosos objetos requisados y nunca sea capaz de salir.

El jodido muro.

Cojo aire y lo suelto. Una vez, dos veces, tres veces… Pierdo la cuenta de las inspiraciones para cuando el sonido de la puerta al abrirse me sobresalta. Bajo la mochila de mi regazo y la apoyo a mis pies. Me echo hacia adelante, impaciente, y observo la figura de Zeph caminar hacia mí con la vista clavada en el suelo.

—Zeph… —lo llamo, levantándome del asiento para quedar a un escaso paso de él. Sin pensármelo mucho paso los brazos entre los suyos y presiono mi cara contra su pecho. Vainilla...—. Lo siento, de verdad. Es culpa mía que nos toque pintar… un jodido muro.

Zephir no responde durante un rato. En su lugar alza las manos y me rodea con sus brazos de vuelta, pasando sus dedos por mi pelo. No hace falta que alce la cabeza para saber que está ausente. Si no, no habría forma de que me abrazara así, tranquilamente.

—No te preocupes. Mientras no me lleves atado y contra mi voluntad, será culpa de los dos —musita, aspirando con fuerza. Sus brazos pierden fuerza y, lentamente, me separo. El aire frío y vacío golpea mi cuerpo. Sus ojos se revuelven, preocupados—. No importa. Aún queda casi un mes. Tenemos tiempo de libertad hasta esa semana.

—Bueno, se me ocurren mil maneras mejores de pasar la primera semana del próximo trimestre que pintando un muro —murmuro, sintiendo un pinchazo de culpa cada vez que veo un remolino en la mirada de Zephir. Si no fuera tan bueno, quizás me estaría gritando. Pero se contiene… Siempre se contiene.

—En serio, no te preocupes. Nos tendremos a nosotros —dice él, tirando de su comisura derecha hacia arriba. Mi corazón se retuerce ante el gesto. No es justo que Zeph tenga que pasar por un castigo así. Parece que las azoteas estuvieran malditas… Y esta vez la maldición no me gusta nada—. En fin. ¿Cuándo quieres comenzar con las clases? ¿Quieres mirarlo un poco más hoy?

—Hoy no puedo. Voy a ir a casa de Vicky —rechazo, sintiendo un nuevo tirón en mis costillas. Zeph asiente, apartando un momento su mirada de la mía para centrarla en una de sus zapatillas. Consciente del problema en que lo he metido, las próximas palabras las digo con suavidad, sintiéndome aún más culpable por robarle más tiempo con la tontería de las matemáticas—. Pero el resto de días puedo.

Zeph asiente, volviendo del trance en el que estaba para centrar sus bonitos ojos de vuelta a los míos.

—Te avisaré. Aún no sé qué hacer con mi madre. Me va a matar por el castigo. Así que primero tengo que ver cuántos favores tengo que pedir para que alguien cuide a mis hermanos —murmura, más para sí mismo que para mí. Genial, Dana.

Durante un rato ambos nos observamos, aunque soy plenamente consciente que, de los dos, soy la única que está en el aquí y ahora. No tarda mucho rato en sacudir la cabeza, reducir la distancia que nos separan y posar sus labios sobre mi mejilla derecha. Apenas es un segundo de contacto antes de que se separe, musite una débil despedida y continúe por el pasillo desierto hasta la puerta del centro con la vista clavada en el suelo. Mientras lo veo desaparecer no me muevo, con ambos pies clavados firmemente contra las baldosas del pasillo. A cada segundo, la culpabilidad sube por mi garganta más y más, ahogándome.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora