D a n a | XXXI

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XXXI

Llevo toda la semana dándole vueltas al mismo hecho, y es que no importa lo que haga o deje de hacer, porque no lo recuerdo. Sí, así de simple: se me ha olvidado algo y no tengo ni idea de qué puede ser. Y, joder, no puedo dejar de sentir que es algo importante, algo que requiere mi atención y algo que me importa. ¿Qué narices puede ser?

—¿Dana? ¿Estás bien? A este paso vas a acabar triturando tu bocadillo —dice una voz justo a mi lado, pasando la palma de su mano por delante de mis ojos arriba y abajo repetidas veces.

Sacudo mi cabeza, a modo de despeje, y la giro hacia Rebeca, la cual me mira con una ceja alzada y una sonrisa dulce en sus rosados labios.

—Sí, sí… Genial. Solo estoy nerviosa. No paro de darle vueltas a que hoy dan las notas de Historia Contemporánea —musito en respuesta, apartando los rizos de mi frente. Pese a que mis palabras no son del todo sinceras, consigo mantenerme fuera de la mentira en ese limbo tan placentero de la omisión de factores. Sí, el trabajo me asusta como la mierda, no voy a negarlo; pero en este momento lo que me hace parecer un saco de nervios es… Bueno, son un cúmulo de hechos y sucesos que me tienen a flor de piel.

Rebeca frunce sus bonitas cejas en respuesta, haciendo un mohín con sus labios.

—Ya. Ha pasado un mes desde la entrega y sigo pensando que hice un verdadero estropicio en mi trabajo. Lo he revisado varias veces y cada que abro el documento veo algo que me gustaría haber cambiado —me dice Beca. Hace una pausa, en la que suspira, y sonríe con tristeza—. Lo que tiene querer conseguir una media espectacular sin la capacidad necesaria.

—No digas eso, Beca —le recrimino, dejando mi bocadillo aplastado en la mesa para girarme en el banco de la cafetería y encararla de frente. La miro con seriedad—. Eres la persona más trabajadora que conozco. Tú eres capaz con todo y más. De verdad, yo creo que puedes llegar a la media necesaria para Medicina. Joder, ya solo con todo lo que te esfuerzas te mereces estar ahí.

Cuando la última de mis palabras se muere en mis labios, Rebeca aparta durante unos instantes su mirada de la mía, esbozando una minúscula sonrisa.

—Gracias por tus ánimos, Dana. No te preocupes, no me voya rendir. Solo que a veces hay más bajos que altos —murmura, volviendo a fijar en mí sus ojos marrones y ligeramente rasgados por su ascendencia filipina, los cuales brillan con su firme fuerza habitual.

Luego me sonríe con más ganas, a modo de agradecimiento, justo antes de retomar su labor de comer una barrita de cereales y abandonar mi mirada para internarse en una conversación sobre las fotos con el chico rubio y el chico moreno que Arturo ha subido últimamente con el susodicho.

Una vez me encuentro de nuevo a solas con mis pensamientos revueltos, cojo mi bocadillo de lechuga de nuevo y comienzo a ingerirlo, observando a los sentados conmigo en la mesa con interés a falta de alguna actividad más trascendental.

De algo que me doy cuenta es que, si bien es cierto que falta Victoria, la que anima los descansos de los ocho juntos por excelencia, a la mesa no le falta actividad, ya que mientras Rebeca charla con Arturo, Irina se encuentra hablando con Andrés sobre cómo instalar programas ocultos en su portátil y Zephir mira con el ceño preocupado a la faz nerviosa de nuestro amigo rubio, que responde con monosílabos a las preguntas de Rebeca.

En algún momento, el pelinegro debe de darse cuenta de que lo observo, porque aparta la vista de Arturo para encontrarse con la mía. Me sonríe durante escasos segundos; los justos antes de apartar la mirada de mí para responder a la pregunta que le hace Rebeca. Aún así, ese simple y sencillo contacto me deja con ganas de más. Definitivamente, me gustaría volver a grabar juntos, a pasar en compañía del otro la tarde y hablar sobre nosotros en su cuarto. Bueno, la verdad es que me serviría otra simple sonrisa más. Pero, por ahora, parece imposible.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora