D a n a | XV

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XV

Siguiendo un impulso, decido levantarme y anunciar que me tengo que ir cuando aún falta de lejos una hora y media para la hora en la que quedé con Darío. Necesito comprobar algo con curiosa urgencia.

—Ok. ¿Te acompaño? —pregunta Zephir, mirando a Sandra, que asiente un poco incómoda mirándome de soslayo, preguntándome que pretendo siendo muy consciente de la verdadera hora a la que me tendría que ir. Ella asiente tras hacerle un pequeño gesto y ambos se despiden de mí.

Espero un momento y luego empiezo a caminar detrás de ellos, con las personas suficientes entre ambos para que no noten mi presencia acosadora. No voy a mentir y decir que es agradable seguirlos, pero necesito comprobar si a Zeph le gusta Sandra, ya que parece que él ha decidido no contestarme con un rotundo “sí” o “no”. ¿Y qué mejor manera de averiguarlo que dejándoles un buen camino SOLOS hasta sus casas, situadas convenientemente cerca entre sí?

Al cabo de unos minutos de esquivar gente y cruzar calles sin apenas mirar, podría clasificar la operación como aburrida. Actualmente consigo entender dos únicas palabras sueltas: abuela Antonia; si no me equivoco, ese no es un tema de conversación adecuado para una charla definitiva capaz de hacerme discernir si a Zeph le gusta mi mejor amiga o no.

Finalmente, la cosa se anima minutos después cuando, con mis mejores esfuerzos de ninja activos, esquivo a TRES carritos de bebé muy juntos. Entonces, veo como ambos se ríen y se juntan más pegando sus codos, quizás para hablar con más confidencialidad. Me encuentro lo bastante lejos como para no entender nada de lo que dicen, pero me basta para que la duda en mí reduzca un poco.

Me esfuerzo en seguirlos lo que queda de camino, viendo como siguen riéndose entre los dos, hasta llegar a las calles en forma de Y donde se dividen los caminos. Me quedo bastante atrás, lo suficiente para ver a lo lejos como se abrazan y se besan en las mejillas. Al presenciarlo, siento algo crecer en mi interior, como una especie de molestia entre las costillas que pretende tirar de mí para ir hacia ellos para preguntarles si se gustan. En cambio, esta vez hago caso a mi cabeza y me doy la vuelta, caminando con prisas para llegar a un lugar más tranquilo que el centro de una concurrida calle para poder llamar a Darío y decirle que quedemos antes.

El camino hasta la esquina se me hace eterno, tiempo más que suficiente para imaginar todos los abrazos cariñosos que pueden estar haciendo los dos. Me sorprende darme cuenta que me siento… “sola”. Quizás no soy tan independiente como quiero creer. No, mejor dicho: sí que soy independiente, solo que me gusta pensar que algún día alguien compartirá la independencia conmigo. Ni siquiera sé si tiene sentido.

Cuando llego a unas galerías, me interno en el pasillo rodeado de tiendas y busco uno de los bancos, sacando el móvil.

YO: Dar, ¿te importaría quedar antes? Algo así como lo más cercano a ahora.

Miro la pantalla durante un pequeño rato más antes de apagarla y levantar la mirada. Entonces, suspirando, decido levantarme y mirar los escaparates de las tiendas, a falta de un pasatiempo mejor.

Me encuentro dentro de una zapatería muy pequeña cuando decido mirar el móvil de nuevo, fijándome en que hace rato que un mensaje de Darío descansa en las notificaciones entre otras veinte preguntándome donde estoy.

DARÍO: Ningún problema. Bajo ahora mismo a tu casa.

Miro la hora: fue hace quince minutos. Con una mueca, salgo de la tienda y lo llamo. Al cabo de varios segundos, su voz me responde.

¿Dónde estás? —pregunta su voz al otro lado de la línea.

—¿Y tú? —contesto, saliendo de la galería.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora