D a n a | XXVIII

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XXVIII

Jess mira con concentración las cartas dispuestas en un gran abanico entre sus diminutas manos, buscando qué hacer en la siguiente mano. Aprovecho los minutos que suele tardar para volver mi vista hacia el reloj de pared que con sus insistente tic tac acaba, segundo a segundo, con mis nervios, causando un perpetuo temblar de mi pierna bajo la mesa constante desde el inicio de la partida.

Estoy preocupada. ¿Dónde estará Zephir? Hace una hora que salió despavorido por la puerta de su piso, con la cara descompuesta y el teléfono en la oreja, y no he sabido nada de él desde entonces. El reloj, colgado en la pared, parece reírse de mí cada vez que sus estúpidas manecillas avanzan en una lenta tortura.

Mientras Jess deja caer dos cartas en el montón situado en la mesa, fría al tacto, rememoro la celeridad con la que los acontecimientos tuvieron lugar a mi llegada al hogar de los Edevane.

Acababa de salir de la ducha cuando la llamada de Zephir interrumpió mi cotidiana tarde. Lo cogí con extrañeza, mi pelo corto dejando caer pequeñas gotas que golpearon con fiereza la pantalla, al igual que el corazón golpeaba contra mis costillas cuando colgué escasos segundos después. Desde luego no fueron sus palabras lo que me preocuparon; eran bastante normales. Lo que me dejó los nervios agarrotados y que mantuvo mi pecho histérico mientras me vestía y salía por la puerta del ático corriendo fue su tono.

Conozco a Zeph, más incluso de lo que a veces llego a poder imaginar. Lo conozco, y por eso sabía que algo importante había pasado para dejarlo así. Bueno, la verdad es que también sus palabras fueron un problema porque, ya fuera indirectamente, me estaba pidiendo ayuda. No hay que conocer mucho a Zeph para saber que él NUNCA pide ayuda si no es por algo de vital importancia. Y la cadencia de sus palabras… Pocas veces la he escuchado en su voz, y ninguna de esas ocasiones fue agradable para él. Discusiones muy fuertes con su madre que lo dejaron sin fuerzas, normalmente relacionado con su pasado, y sus hermanos enfermos que lo mantienen toda la noche en vela, preocupado por su bienestar.

Y ahora…

Nada más salir del ático llamé al ascensor, sabiendo que por mucho que mantenga con orgullo mi condición física no iba a llegar al hall más rápido que uno de los elevadores de mejor gama del mercado. Tardó poco en abrirse ante mí y poco en llegar a la entrada del edificio, aliviando el peso sobre mi espalda. Sujeté mi móvil con fuerza entre mis manos, mi pelo goteando fuertemente contra mis hombros, empapando la parte superior de la primera chaqueta que logré encontrar en mi frenética salida. Después corrí hacia la parada de autobús más cercana, pero como era de suponer por la hora, aún quedaban veinte minutos hasta que pasara el siguiente que me pudiera acercar a la casa de Zephir. Por ello, sujetando bien el móvil contra mi costado y aferrando la chaqueta sobre mis empapados hombros, empecé a correr hasta llegar al frente del edificio de apartamentos de mi amigo de ojos azules.

Llamé al timbre esperando oír su voz y discernir la gravedad del asunto, pero me abrió sin pronunciar palabra. Así fue también fue cuando llegué ante su puerta y su figura me recibió con los hombros tensos y la cabeza baja. Cuando alzó los ojos, vi como el dolor y la rabia se acumulaban en eternas espirales que nadaban como rayas en su cielo azul tormentoso.

—Gracias —murmuró, su tono de voz casi perdido por el ruido de la puerta al cerrarse en mis espaldas.

Entonces, sentí que debía hacer algo. Apenas dudé y me tiré a sus brazos. Durante minutos enteros, no lo solté. Cuando vi que sus hombros se relajaban y que sus brazos me envolvían de vuelta, mi rostro apretado contra su pecho de olor a vainilla, me di cuenta que necesitaba de tal muestra de afecto tanto como me había imaginado. Oí su corazón latir agitado hasta el momento en que, sujetándolo por los hombros, lo separé de mí. En el fondo, la voz de su hermana llegaba hasta nosotros en forma de un cuento que debía de estar relatándole a Jade, encerrada en su cuarto.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora