D a n a | LIII

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LIII

Cuando la puerta se abre y sus ojos azules encuentran los míos, sonrío.

—No tuve oportunidad de decírtelo en clase, pero te odio por haber aprobado el examen de Física y Química con un maldito sobresaliente.

Zephir se encoge de hombros, con una sonrisa en sus labios tan grande como la mía, y se hace a un lado para que entre en su recibidor.

—Ay, ni se te ocurra encogerte de hombros. Yo saqué un jodido cinco con cinco. Y sudando todo enero y parte de febrero para conseguir aprobarlo.

—Me encojo de hombros porque, sino me equivoco, el que debería odiar al otro soy yo —dice, pasando un brazo por mis hombros mientras caminamos hacia la cocina—. ¿O acaso alguien aquí no sacó un fucking diez en Lengua y Literatura Castellana?

Me río, recordando como sí que estuve toda la mañana molestándolo con eso.

—Mmm, es verdad. Te dolió directamente en tu siete, ¿no es verdad?

A Zephir no le da tiempo a responderme, solo a soltarme, antes de que un pequeño mono-niña se cuelgue en mis piernas con un agudo gritito.

—¡Dana! —chilla Jess, abrazándome con fuerza—. Porfi, porfi, porfi... Dime que hoy por fin ha llegado el momento de enseñarle a Zephir como hacer esa pizza casera que me prometiste.

Me río y me agacho para separarla de mis piernas y cogerla en brazos, sintiendo un profundo olor a vainilla en su pelo.

—¿Te has echado de nuevo la colonia de tu hermano? —le pregunto, mientras camino con ella en brazos hacia la cocina.

Ella no responde y, en su lugar, repite la pregunta de la pizza. Me encojo de hombros y miro a su hermano, que a su vez refleja mi gesto mientras asiente.

—Pues creo que sí, que ha llegado el momento de enseñar a tu hermano cómo cocinar pizza. A ver si se le da mejor que la pasta carbonara de la última vez.

Jessica asiente emocionada y se libera de un salto de mi abrazo, corriendo a coger a Jade para empezar a sacar los ingredientes que quiere ponerle a la pizza y ponerlos sobre la encimera.

Yo me giro hacia Zeph tras repasar la cocina con la mirada y no encontrar a Rose.

—¿Y tu madre?

—Cambió su turno de trabajo.

Una sonrisa pícara se forma en mis labios mientras doy un paso más cerca de él.

—¿Ya no cree que vayamos a hacer cosas "indecentes"?

—Por favor, no me recuerdes aquel día de nuevo —musita, aunque la sonrisa no se separa de sus labios mientras me da un abrazo, lo único que le he permitido hacer desde aquel día en la azotea.

Pese a sus palabras, yo no puedo evitar recordar la forma en la que su madre caminó hasta donde estábamos y comenzó a pedir explicaciones a Zephir sobre lo que nuestra directora le había dicho: que Zeph se había saltado clases conmigo, que nos habían pillado en una azotea prohibida solos, que habíamos tenido que pintar un muro.

En cierto momento me perdí, cuando su inglés se volvió tan rápido que fue imposible de seguir, hasta que Rose cambió al español para incorporarme a la conversación. Como pensó que lo de la azotea era algo mucho menos inocente de lo que fue, como estaba enfadada con su hijo por no contárselo, por ser una supuesta mala influencia en mí al hacerme imitar aquel hábito que Zeph había tenido el año anterior durante las clases de literatura.

Por la mirada de Zephir, supe que era momento de irme, de dejar que ellos tuvieran una conversación madre e hijo.

No fue hasta un tiempo después que pude volver a ver a Zephir por las tardes, cuando su castigó se aflojó un poco y su madre permitió a saber bajo qué argumentos que yo fuera a su casa. Él me ayudaría con matemáticas y yo con la cocina, con la atenta mirada de Rose sobre nosotros para que nada pasara delante de los hermanos pequeños de Zeph. Según él mismo me contó, su madre al parecer estaba menos abierta de lo que pensaba a que su hijo saliera con alguien tan joven, concretamente con la edad en la que ella había quedado embarazada. Él me confesó después que su madre lo había animado con ella, pero que no se había dado cuenta del miedo que tenía hasta que la directora le contó lo de la azotea. Y todo eso me lo confesó antes de que su madre nos diera una pequeña charla, la cual fue imposible de evitar pese a afirmar una y otra vez que no estábamos saliendo de esa forma.

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora