A r t u r o | XXXVIII

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XXXVIII

—¿Y si se está volviendo violento? No puede ser, ¿verdad? Es que a ver, ya es la segunda vez que ocurre algo así. Quizás es el estrés. Quizás ver a papá así le está afectando más de lo que intenta hacerme creer. Seguro que es eso, ¿no? Vamos, es muy normal. A mí me afecta. Pero claro, tampoco voy dándome de leches con la gente por el pasillo. Él sí. Y es que no puedo, no puedo… ¿Y qué voy a hacer yo? ¿Y si es culpa mía? Quizás si...

—Victoria —interrumpe Andrés, dando un golpe con sus dedos en la mesa de la cafetería. Vicky alza los ojos y lo mira, esperando por sus palabras. El chico coge aire y relaja los hombros, recolocándose un auricular caído de vuelta en la oreja—. Ya está, ¿vale? Serán las hormonas.

—¿Tú crees? —pregunta ella, genuinamente y sin parecer consciente del tono áspero de Andrés. Se estira sobre la mesa y agarra su mano, buscando su meñique hasta enlazarlo con el suyo—. ¿Me lo juras?

—Como veas —masculla Andrés, tirando de su brazo hasta volverlo a tener libre y seguro en su espacio vital. Victoria asiente, contenta, y sonríe algo aliviada.

—¿Y tú qué crees, Arti? —Ahora sus ojos grandes y redondos se enfocan en los míos. Su nariz surcada de pecas se mueve imperceptiblemente, en un tic en el que me he ido fijando que tiene con el tiempo. Sigue nerviosa.

Sin saber muy bien que decir deslizo mis manos hasta agarrame en el borde de la mesa, balanceándome hacia atrás con la silla distraídamente. Me encojo de hombros al mismo tiempo que las cuatro patas vuelven a estar sobre el suelo. No necesito añadir el problema de pagar una silla al instituto a mi interminable lista de comederos de cabeza.

—No sé, Vicky. Es posible —comento. Su ceño se frunce, desilusionada, y sus hombros caen con pesadez—. Por lo menos tu hermano no tiene un novio gil… Estúpido.

—¡Chicos! —Un repentino grito nos sobresalta a los cinco de la mesa en el momento en que Victoria abre la boca para contestar. Casi al mismo tiempo Zephir y Rebeca dejan de comentar el examen de biología, Andrés de escuchar música y Vicky y yo de mirarnos para buscar el origen del grito. Una vez lo oriento me fijo en la figura de Dana dirigiéndose hacia nosotros serpenteando entre las mesas y los alumnos reunidos en la cafetería, agitando un papel con su mano. Siguiéndola de cerca veo la pequeña silueta de su mejor amiga.

Cuando llega hasta nosotros apenas parece alterada, imperturbable, mientras que la figura de Sandra a sus espaldas se dobla sobre su estómago buscando aire. Dana deja caer la hoja sobre la mesa con un golpe contundente, hinchando el pecho.

—Hoy, cinco de diciembre, Dana Ginestera Ortiz pertenece oficialmente a los posibles miembros del periódico escolar —anuncia, sonriendo con orgullo.

Mira sobre su hombro como Sandra se recompone cogiendo aire con una audible exhalación. Esta, cuando nos ve a todos mirándola, se remueve incómoda en el sitio. Sus mejillas se colorean y sus ojos marrones verdosos relampaguean avergonzados antes de apartar la vista de nosotros hasta clavarla el suelo. Ella y su mejor amiga son tan distintas…

—Eso es genial, Dana —elogia en ese momento Rebeca. Le da un golpe disimulado a Andrés sobre la mano antes de que tenga la oportunidad de volver a colocarse los auriculares en los oídos—. ¿A qué te refieres con posible miembro?

—Que empiezo las pruebas en el segundo trimestre. Y ahí me pueden coger o no; a ver que me dicen —responde—. Aunque bueno, debemos de ser como dos. No es nada nuevo que no hay presupuesto y el periódico escolar es bastante mierda, pero en fin. Si de verdad me gusta debo practicar, aunque nos lean solo los profesores y los alumnos de primer curso —dice, quitando importancia a sus palabras con un gesto de su mano. Antes de seguir hablando Dana pone la mano en el hombro de Zeph, sentado en la esquina de su banco, y lo empuja con suavidad. Él se aparta y le deja todo el hueco posible, infinitamente pequeño debido a que Rebeca y Victoria ya están sentadas al otro lado. Frunzo el ceño. En nuestro banco solo estamos Andrés y yo—. Así que bueno, ahora me toca concentrarme en los exámenes. Sobre todo en el de matemáticas —comenta, haciendo una mueca de disgusto con sus gruesos labios. Se gira hacia Zeph y alza una ceja. Su sonrisa no me pasa desapercibida—. ¿Me ayudarías?

Sentimientos sempiternosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora