IMMORTALIA: SEGÚN HELENA

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Mi vida no había sido nada fácil, la belleza con la que había nacido era una maldición con la que estaba segura que moriría, sé que es una frase algo vanidosa; pero cuando eres hija de un dios y de una ninfa la vanidad pasa a segundo término ya qu...

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Mi vida no había sido nada fácil, la belleza con la que había nacido era una maldición con la que estaba segura que moriría, sé que es una frase algo vanidosa; pero cuando eres hija de un dios y de una ninfa la vanidad pasa a segundo término ya que se vuelve algo... tediosa, para ser más exactos mi padre es el dios Zeus, o por lo menos era lo que todos decían, mientras más rumores más problemas llegaban. Mi madre adoptiva murió al intentar salvarme de caer a un precipicio, y desde ese momento mi padre me odió y esperó a que cumpliera los quince años para subastarme en una reunión de reyes de toda Grecia.

Mi nombre es Helena, ahora la reina Helena de Esparta ya que el hombre que ganó la subasta era el rey Menelao, mi padre adoptivo se olvidó de mi por una buena paga y yo quede condenada a vivir con un hombre que me tenía encerrada noche y día en una torre y solo me dejaba salir cuando grandes gobernadores nos visitaban; solo así me presumía ante otros, él no me permitía hablar con otras personas y se aseguró que las personas que me sirvieran en la torre fueran mudos, hasta el día en que cumplí los veinte años él me ordenó dormir en su alcoba, pero por alguna razón él no me tocaba; no me hablaba más que para darme órdenes y ponerme desnuda enfrente de sus invitados.

Un día cualquiera en mi infierno, recibimos la visita de uno de los príncipes de Troya, al parecer venía a acordar algunas cosas con Menelao y su hermano Agamenón; uno de los reyes con las tropas más poderosas y temidas de toda Grecia. Desde el momento en el que Menelao me presentó frente al príncipe Paris un rayo de esperanza brinco en mi interior, su cabello era largo y negro, tenía facciones tan finas que no podía creer que fuera tan solo un simple mortal.

Menelao y su hermano salieron de Esparta por diez días y dejaron que el príncipe Paris pasara esos días en Esparta mientras ellos volvían, y en el tiempo que Menelao no estuvo fue libertad para mí, Paris y yo nos hicimos grandes amigos ya que él tenía un año más, y yo casi no hablaba con nadie de mi edad, él fue la única persona con la que podía reír después de tanto miedo y soledad. Los diez días pasaron y Menelao volvió, toda mi fe y felicidad se desvanecían ya que también era la última noche de Paris en Esparta, Menelao preparo un banquete enorme para despedirlo y hacer los pases con Troya.

Era claro que el príncipe Paris no me quitaba la mirada de encima en aquella cena, yo estaba totalmente acostumbrada a ese tipo de miradas, pero la mirada de Paris me hacía sentir la mujer más feliz; solo su mirada tenía ese poder.

Después de solo estar sentada a un lado de mi esposo y darme cuenta que estaba totalmente ebrio como para notar mí presencia fue que decidí salir a tomar un poco de aire al balcón, lejos de aquella escandalosa velada, mientras observaba la increíble playa de Esparta una voz interrumpió el sonido del mar.

—Debes estar muy bien vigilada por tu padre –Dijo el príncipe Paris mientras caminaba hacia mí, pero poniendo atención al cielo estrellado.

—No lo creo, debe tener asuntos más importantes que atender –Respondí algo nerviosa por aquella actitud seductora del Príncipe Troyano, no podía dejar de ver esa piel apiñonada tan atrayente, era esa clase de piel que daban ganas de tocar y oler toda la noche.

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