POR LA CAUSA JUSTA

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Con paz en el alma tras ver los buenos resultados con Atenea me dirijo a la salida del Asilo y cuando paso por el pasillo principal escucho una pequeña discusión que me parte el corazón

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Con paz en el alma tras ver los buenos resultados con Atenea me dirijo a la salida del Asilo y cuando paso por el pasillo principal escucho una pequeña discusión que me parte el corazón.

—Hijo por favor, quédate a comer conmigo. — dice una dulce señora a su hijo quien parece tener casi cincuenta años, suspira cansado y se sienta.

—Mamita... me encantaría pero tengo que regresar a mi trabajo ahora, te prometo que vendré a verte la próxima semana, ¡sin falta! —le explica poco convincente y ella baja la cabeza, mientras puedes ver todas las cosas que te traje.

—A mí no me importa tener todo esto hijo, no me importa si no puedo disfrutarlo contigo, por favor... come conmigo. —le vuelve a pedir y sus ojos se llenan de lágrimas, pero su hijo apenado mira a la enfermera que cuida a su madre, casi le ruega con la mirada para que ella tristemente controle la situación, el señor le da la espalda apenado y se va por el pasillo donde yo estoy. Una furia indescriptible se desata dentro de mí, así que camino hasta donde está el hijo de... la señora y lo intercepto antes de que salga. Toco su hombro y cuando voltea para saber quién le llama lo tomo del cuello de su camisa a la fuerza y lo azoto contra la puerta del asilo para mantenerlo frente a mí, él me mira espantado.

—Mi padre falleció hace dos días al igual que mi madre... ¡y tú... pedazo de imbécil tienes una madre que te ruega amor y compañía! ¡Ni el trabajo ni todas las estupideces que pongas de escusas van a justificar el por qué no aprovechaste a tu madre cuando aún está viva, y entonces lloraras en las madrugadas recordando como ella solo pedía a gritos comer contigo! ¡Porque te ama! Así que escúchame... vas a regresar y vas a besar su mano para pedirle perdón, ¡a una madre jamás se le niega amor! —enojada lo azoto de nuevo y una mano me jala.

—Mi amor suéltalo... —escucho la voz de Anubis tomando mi hombro y lo suelto. —Y tú... ya la oíste, ve con tu madre y discúlpate... de rodillas, después la llevaras a comer y la vas a disfrutar porque créeme cuando te digo que ella morirá esta noche. — lo que dice Anubis me eriza la piel y el hombre corre de tras de la enfermera que lleva a su madre en silla de ruedas a su habitación, desde donde estamos podemos ver como el hombre llega tirándose de rodillas y llora en las piernas de su madre besando sus manos. — ¿Estas bien?— me pregunta sacándome de mis más profundas tristezas y asiento.

— ¿Qué haces aquí? Pensé que estarías ocupado todo el día. — él se acerca a mí y me estrecha entre sus brazos calmando mi estrés.

—Aún estoy trabajando, mi diosa. —Me susurra y besa mi mejilla. — hablaba enserio cuando decía que ella moriría esta noche, mis dones como dios de la Necrópolis me hacen detectar almas débiles como la de ella, sé que es triste pero... tiene a gente que la ama del otro lado, gente que la espera.

—No lo tomes a mal, pero ese don tuyo es horrible... odiaría saber cuándo alguien se va a morir, eres increíble. —alzo la cara para hacerle entender que quiero un beso y me lo da encantado.

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