☁ 19 ☁

25.5K 3.6K 1.9K
                                    

Cuarta parte

📝

Te separaste de mí con cierta incomodidad. Mostrabas tu característica sonrisa seductora y yo no sabía cómo reaccionar. Fui prisionero de un trance del que solo tú podías liberarme.

—Me encantó el regalo, Charlie —dijiste y regresé a la realidad—. Mil gracias.

—Sabía que te gustaría —admití, nervioso—. Lo escogí especialmente pa-para ti.

Quise salir corriendo tras tartamudear por enésima vez. Estaba cumpliendo un sueño; debía actuar con firmeza, no comportarme como un niño aterrado.

Iba a disculparme por estar tan nervioso, pero me detuve al ver que llevaste una mano a tu boca y que cerraste los ojos con fuerza.

—¿Estás bien? —inquirí, preocupado.

—Creo que voy a vomitar —dijiste entre risas bajo tu mano—. No estoy acostumbrado a beber alcohol.

—¿Quieres que te lleve al baño? —pregunté. Mis mejillas ardieron ante mis propios pensamientos impuros.

—Por favor. —Te reíste otra vez.

Salimos de la habitación y fuimos a un baño situado a dos puertas de distancia, en donde te sentaste en el suelo frente al inodoro y vomitaste hasta vaciar tu estómago.

Sinceramente, sentí un gran disgusto, pero me eché a reír cuando tú lo hiciste primero. Me senté en el suelo junto a ti, ambos reíamos como si nada y sin razón aparente.

—¿Estás bien? —te pregunté.

—No —respondiste, y tu risa aumentó de volumen.

—¿Quieres que te lleve de regreso a tu habitación?

Aceptaste, así que te ayudé a llegar a tu cuarto. Una vez en él, te desplomaste sobre la cama y me pediste que apagara la luz porque esta hacía que te ardieran los ojos.

Por un momento pensé en desobedecerte y en dejarla encendida para mirarte mejor, pero la luz de luna que se colaba por la ventana iluminaba lo suficiente, de modo que apagué la lámpara del dormitorio.

Me senté en tu cama y te admiré en silencio. Tenías los ojos cerrados, te veías más hermoso y delicado que nunca. Parecías un ángel tomando una siesta. No sabes lo difícil que fue reprimir las ganas de acariciar tu rostro o de tocar tus labios.

Como pude, controlé mis impulsos y me dispuse a abandonar la habitación. Creía que dormías plácidamente, sin embargo, apenas abrí la puerta, susurraste:

—No te vayas, Charlie. Quédate.

Tuve una explosión cerebral y un golpe de adrenalina. Tú, mi precioso Caín, me estabas pidiendo que me quedara contigo.

Me aproximé a tu cama con cierta dificultad, apenas recordaba cómo respirar. Me senté a tu lado sin saber qué más hacer.

—Necesito que te quedes —dijiste a ojos cerrados, casi dormido—. No quiero vomitar mi cama.

Comprendí entonces que me pediste que me quedara para asegurarme de que no ensuciaras tu cuarto, pero no me importó. Estaba contigo sobre tu cama. Fue lo más cercano que pude estar de cumplir algunos de mis mayores sueños.

—Recuéstate —musitaste, y yo abrí los ojos al máximo—. No vas a quedarte toda la noche sentado, ¿o sí? —Te reíste.

—Cla-claro que no. —Emití una risa nerviosa y me acosté junto a ti.

Pude inhalar el aroma de tu cabello y escuchar tu respiración de cerca, lo que aceleró mi corazón. Tu cama era lo suficientemente grande como para que sobrara espacio entre nosotros, pero me sentía muy cerca de ti.

—¿Charlie? —inquiriste de repente. Seguías con los ojos cerrados.

—¿Sí?

—¿Puedes... acariciar mi cabello?

—¿Qué? —Mi asombro fue instantáneo—. ¿Para qué?

Me quise golpear por hacer una pregunta tan estúpida. ¿Qué mierda importaba el motivo cuando querías que te tocara?

—Me ayuda a dormir —respondiste con lentitud. La somnolencia se estaba apoderando de ti—. Por favor.

La súplica en tu voz bastó para que aceptara.

Llevé una mano hacia tu pelo, lo acaricié con delicadeza y no pude evitar llorar de felicidad.


continúa ⬇️

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora