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Hola, Caín.

Hoy, cuando nos topamos en el pasillo antes de entrar a clases, me saludaste con una gran sonrisa.

No sabes la alegría y el alivio que sentí. Creí que ignorarías mi existencia tal como ignoraste mis mensajes, pero me hablaste como si fuéramos amigos desde la infancia e incluso me diste una palmadita en el hombro mientras conversábamos de lo divertida que estuvo la fiesta (divertida para ti, porque para mí fue insufrible, pero no tenías por qué saberlo).

Estaba en lo más alto del cielo mientras te escuchaba. Tu risa es música celestial para mis oídos y tus sonrisas son películas animadas que vería una y otra vez.

De pronto, te pregunté si recordabas lo que pasó cuando me encontraste en tu cuarto, pero dijiste que no recordabas nada de lo que sucedió minutos antes de que te dormiste.

Sentí que alguien me arrancó el corazón del pecho y lo pisó frente a mí. Nuestro primer y mayor momento de intimidad había desaparecido de tu memoria.

Sin embargo, aunque me dolió que lo olvidaras, cualquier rastro del sufrimiento se esfumó cuando me dijiste nueve palabras que nunca olvidaré:

—¿Quieres venir a mi casa mañana por la tarde?

Sigo en shock. ¿Por qué me invitaste a tu casa si apenas hemos hablado en los años que llevamos siendo compañeros? Ni siquiera recuerdas que acaricié tu cabello hace días.

No obstante, acepté sin pensarlo dos veces. Apenas dije que sí, susurraste "genial", esbozaste una sonrisa y entraste al salón.

Por mi parte, fui a uno de los baños del colegio y aseguré la puerta para ponerme a saltar de un lado a otro. Tuve que presionar una mano sobre mi boca para que nadie escuchara mis gritos de felicidad.

No sé si lograré dormir esta noche, Caín. Mañana te tendré solo para mí. Creo que voy a morir de alegría antes de que pueda llegar a tu casa.

Te quiere, y no puede esperar para verte mañana,

Charlie.



Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora