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Cuarta y última parte

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Ambos entramos en pánico. La somnolencia desapareció al instante, mi corazón comenzó a latir a toda velocidad.

—Mierda —susurraste, horrorizado—. Dejamos el armario abierto.

El terror recorrió mi sistema. Quería abrazarte, besarte o hacer cualquier otra cosa para protegerte y para calmar tus nervios, pero estaba tan alarmado como tú.

—¿Qué rayos es esto? —preguntó tu padre desde abajo. De inmediato escuché que se adentró en el armario. Adiviné que estaba ebrio por el tono de su voz, pero no tan ebrio como para no captar la abertura secreta que conducía al ático.

—¡Rápido, al techo! —sugerí, desesperado por salvarte.

Te incorporaste con lentitud. No hacías esfuerzo alguno por huir o por esconderte, ni siquiera por defenderte. Se sintió como si dejaras caer una espada tras una larga batalla.

—No, Charlie. —Te tembló la voz, pero pusiste la frente en alto—. Es tiempo de enfrentar a mi padre.

No supe cómo reaccionar. Desconocía qué iba a suceder, pero obviamente no esperaba nada positivo. 

Tu padre subió las escaleras con cierta dificultad e ingresó en el ático que dejó de ser secreto. Miró a su alrededor, sus ojos estaban a punto de reventar. Casi podía sentir el calor de la ira ardiendo en sus venas. Examinó cada detalle del cuarto sin decir una palabra, pero, cuando su mirada recayó en tu rostro manchado con pintura, su rabia encontró la salida.

—¿¡Qué mierda es todo esto, Caín!? —demandó con fluidez. Fue como si la furia disminuyera el efecto del alcohol.

—¿Qué haces aquí, papá? —preguntaste para desviar el tema. Hacías lo posible por que no te temblara la voz—. ¿No deberías estar en tu viaje de negocios?

Noté sarcasmo en tu voz. Claramente querías preguntar: "¿No deberías estar con tu amante?".

Tu padre caminó hacia nosotros con lentitud y ambos retrocedimos hasta la pared del fondo. Él se detuvo en medio del ático, apretaba los puños de tal forma que sus nudillos emblanquecieron.

—Hace horas me llamó el director del colegio para informarme que te fugaste —acusó entre dientes y se aproximó un poco más a nosotros—. ¡¿Puedes explicarme qué está mal contigo?! ¡Primero te escapas del colegio y ahora me encuentro con toda esta basura! ¡Exijo una buena explicación!

—Me fugué porque Charlie me necesitaba —respondiste con franqueza. Me estremecí cuando los ojos rojos e iracundos de tu padre se cruzaron con los míos—. Y este es mi taller, papá. Amo pintar. Amo el arte. Amo la música. Amo todo lo que tú odias.

—¡¡¡Eres un deportista, no un pintor!!! —gritó el hombre hasta desgarrar su garganta—. ¿Crees que permitiré que desperdicies tu tiempo en estas tonterías? ¿Pensaste que nunca me daría cuenta de que has gastado mi dinero en un cuartito tan afeminado como este?

Tu papá acortó la distancia entre ustedes hasta detenerse a escasos centímetros de ti. Hiciste tu mayor esfuerzo en mantener una postura firme, pero el temor se reflejaba en tu mirada.

No sabías qué agregar en tu defensa. Ya lo dijiste todo: amas el arte. Tan simple como eso. Eres un artista y estás dispuesto a cualquier cosa con tal de expresarlo.

Sentí la necesidad de acabar con el peligroso silencio que reinó en el ático.

—Señor, trate de entender a su hijo —supliqué—. Él simplemente ama pintar, no le hace daño a nadie con su arte.

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora