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Segunda parte

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Fue casi imposible que tu madre te permitiera salir de casa, pero finalmente accedió y nos trasladamos a la mía.

Nos topamos con mis padres en la sala de estar. Ellos te miraron con preocupación y se acercaron a nosotros para preguntar qué estaba pasando.

—Este es Caín —anuncié ante sus expresiones de confusión—. Mi... amigo.

Me sonrojé. Ya no sabía si seguíamos siendo amigos. ¿Se puede serlo después de besarse y tocarse como nosotros?

—Eres el hijo de Bastián Larsen, ¿no? —inquirió mi padre. Te estremeciste al escuchar su nombre.

—¿Lo conoce? —inquiriste, ceñudo.

—Trabajo para él —respondió papá con normalidad.

—¿En serio? —intervine—. ¿Por qué no lo sabía?

—Lo sabrías si prestaras atención a lo que conversamos en la cena —espetó papá. Sentí tristeza en su voz—. Nunca has mostrado interés en tus padres.

Agaché la mirada. Él tiene razón. Nunca me doy el tiempo de escucharlos, ni siquiera me esfuerzo en acercarme a ellos, pero no es como si me lo pusieran fácil. Me cuesta confiar en ellos sabiendo que son capaces de pensar que mi homosexualidad se debe a un trauma.

—¿Qué le pasó a tu rostro, Caín? —consultó mi madre para desviar el tema. Se aproximó a ti para examinar una de tus mejillas—. ¿Te duele? ¿Necesitas atención médica?

—Fui asaltado hace unos días —mentiste. Mis padres se horrorizaron.

—¡Ya no se puede andar tranquilo en esta ciudad! —exclamó papá junto a un exagerado movimiento de manos—. Malditos bandidos...

—No se preocupe, estoy bien —aseguraste, pero ambos sabíamos que mentías—. Solo fue una pequeña golpiza. Afortunadamente, ellos fueron encontrados y encarcelados.

—¡Me alegra escucharlo! —celebró mamá—. ¿Quieres que te cambie los parches de la cara? Tengo unos muy buenos.

—No se moleste, señora. —Le sonreíste—. Con que me permita dormir aquí esta noche será suficiente.

Mis padres compartieron miradas inquietas.

—¿Vas a dormir... aquí? —Papá desvió sus ojos a los míos; adiviné al instante lo que pensaba. No me molesté en aclararle lo equivocado que estaba si creía que te traje a casa para tener sexo. Ya no me importa lo que opine sobre mi sexualidad.

—Si no les molesta, claro. —Te encogiste de hombros. Tu naturalidad era un poco graciosa.

—Supongo que no hay problema, ¿cierto, cariño? —le preguntó mamá a papá con mirada de advertencia. Él acabó asintiendo.

—Siempre y cuando lo sepan tus padres —dijo papá. Sé que en realidad quiso decir "siempre y cuando lo sepa tu padre". Ha de conocer lo trastornado que es su jefe.

—Oh, ellos ya lo saben —mentiste otra vez. Solo tu madre lo sabía—. No es necesario que los llamen, todo está arreglado.

Mis padres asintieron con cierto recelo y nos ofrecieron algo de comer. Ambos nos negamos; lo único que quería era llevarte a mi habitación y disfrutar de tu compañía.

Subimos rápidamente y nos topamos con mi hermana en el pasillo. Ella te examinó de los pies a la cabeza sin pudor alguno.

—¿Así que este es tu novio? —preguntó de sopetón.

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora