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Séptima y última parte

📝

Olvidé cómo respirar.

—¿Me... me necesitas? —pregunté. Ni siquiera yo me lo creía.

Sostuviste mi mirada por segundos que parecieron inacabables. Me percaté de que callabas algo que te carcomía por dentro.

—¿Qué pasa, Caín? —presioné, tenso—. ¿Hay algo que quieras decirme?

—No es nada, olvídalo. —Forzaste una sonrisa. Sonabas muy nervioso—. ¿Quieres ver otra película? Podríamos...

—No, Caín. Quiero que me digas qué rayos está pasando.

Te asombraste por mi firmeza, pero tu estupefacción se transformó en lo que adiviné como remordimiento.

—Charlie, yo... por favor, no me odies —suplicaste sin verme.

—No lo haré —prometí, y lo decía de verdad. Dudo ser capaz de odiarte alguna vez.

Te atreviste a mirarme y a confesar:

—Me acerqué a ti porque te necesito para llegar a Nora. Me gusta mucho, Charlie, mucho...

Mi mundo se hizo trizas.

Las lágrimas amenazaban con escapar, pero reuní todas mis fuerzas para impedirles la salida.

—¿Qué? —inquirí como si no lo hubiera entendido, pero comprendí a la perfección.

—Me gusta desde hace bastante tiempo —proseguiste, esta vez incapaz de mirarme a los ojos—. Nunca me acerqué tanto a ella en el pasado, porque pensé que no se fijaría en mí. Es muy inteligente y reservada, mientras que yo soy todo lo contrario. Me limitaba a observarla a la distancia y a defenderla cuando la gente se burlaba de su peso, pero todo cambió cuando me envió una solicitud de amistad en Facebook. Fue entonces que me di cuenta de que acercarnos no sería tan imposible como imaginaba.

La solicitud. Aquella que yo le pedí a Nora que te enviara.

Quería lanzarme del techo como castigo por mi estupidez.

—Cuando ella accedió a venir a mi fiesta, pensé que sería el inicio de algo entre nosotros —continuaste. Cada palabra que decías aumentaba mi dolor—. Pero, después de que la besé, ella se alejó de mí como si la hubiera besado un perro y al otro día me enteré de que pasó la noche con Luis.

—¿Tuvieron...? —Apenas me salía la voz.

—Sexo —completaste.

Abrí los ojos al máximo. Nora no me contó nada.

—Oh. —Fue todo lo que pude decir.

—Ya no sé qué hacer para conquistarla, Charlie, por eso te necesito —dijiste, y todas las piezas encajaron.

Tu repentino acercamiento hacia mí, la invitación a tu casa, tu amabilidad... todo, absolutamente todo se debía a que querías utilizarme para conquistar a Nora.

No pude evitar romper en llanto. Debí darme cuenta de que una amistad entre nosotros no sería posible y que nunca te me acercarías de no ser porque necesitabas algo de mí. Por Dios, era obvio. Me siento estúpido. ¿Cómo no lo noté?

—Tengo que irme —anuncié entre lágrimas.

—¿Por qué estás llorando? —preguntaste con preocupación.

—Me estás usando, Caín —sollocé—. Solo me quieres para llegar a mi mejor amiga.

—¡Es lo que quería, pero ya no! —replicaste, desesperado—. En serio, quiero ser tu amigo, por favor, créeme. Me escuchas como nadie, y lo paso muy bien contigo. Por favor, no me odies, estoy muy arrepentido, Charlie. Perdóname, perdóname, perdóname... Entiendo que estés enojado, pero por favor, perdóname...

No, no entendías nada. Es imposible que comprendas lo mucho que duele. 

—Es solo que no tengo amigos hombres —gimoteé—, y quería que tú fueras uno... pero solamente quieres usarme.

—No, Charlie —insististe en tono melancólico—. No quiero hacerlo.

Dicho aquello, acortaste toda la distancia entre nosotros y me abrazaste con fuerza.

—No llores, por favor —susurraste cerca de mi oído—. Finjamos que nada pasó, ¿sí? Quiero ser tu amigo, por eso te mostré uno de mis más grandes secretos. Quiero que confiemos el uno al otro. ¿Confiarás en mí?

Dirigí mis ojos empapados a los tuyos. Aunque quise responder que sí, no pude hacerlo.

—Lo siento, pero no —dije con tristeza y determinación—. Tengo que irme.

Te limitaste a asentir y a agachar la mirada como un cobarde. Por mi parte, no dudé en ponerme de pie para regresar al ático. Volví a temblar al descender, pero las ansias por volver a casa disminuyeron mi temor.

Al llegar abajo, me despedí de ti con incomodidad y un profundo escozor en el pecho. Ni que me abrazaras compensó el hecho de que querías mi amistad para tu propia conveniencia. 

Intentaste pedirme disculpas otra vez, así que salí corriendo antes de aceptarlas y, en mi trayecto de regreso a casa en el autobús, seguí llorando, e incluso estoy llorando mientras escribo esto.

Porque te quiero, Caín, pero tú nunca podrás quererme.


Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora