Capítulo final (Segunda y última parte)

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La policía atrapó a Hardy, a Ronaldo y a Jonas gracias a una llamada de alerta efectuada por Luis, el que también fue arrestado tras confesar su participación en el secuestro de Charlie y en los crímenes de odio cuyas evidencias seguían a salvo dentro del pendrive que Hardy mantenía en su bolsillo. Este quería deshacerse del dispositivo arrojándolo al lago, pero los uniformados emitieron a tiempo la orden de que mantuviera las manos en alto.

A solo un día del arresto de los involucrados, los videos se filtraron en la red. La indignación provocada y la presión social fue tanta que el juicio se hizo de la forma más transparente posible, aunque hubo intentos de soborno a los miembros del jurado, hecho que también fue filtrado a la prensa. Gracias a esto, la carrera política del padre de Hardy se arruinó para siempre.

Tal como sucedió con el grupo de jóvenes que abusaron de Joaquín, Hardy y sus secuaces fueron enviados a una correccional debido a que aún no alcanzaban la edad legal para ser encarcelados. No obstante, estuvieron aislados de cualquier compañía en su estancia en el recinto, pues eran considerados como una amenaza para la sociedad.

La noticia sobre los crímenes cometidos por los cuatro chicos que lograron ser capturados dio la vuelta al mundo. En cientos de rincones del planeta se exigía justicia y un castigo justo para los agresores, de modo que Hardy, Ronaldo, Jonas y Luis fueron sentenciados a veinte años de prisión por al menos cinco cargos diferentes.

Para muchos la sentencia no fue suficiente, pero no todo fue tan malo: gracias a los movimientos sociales que surgieron después de que los crímenes salieran a la luz, se formaron diversas fundaciones y asociaciones de apoyo a las personas de la comunidad LGBT+ que atravesaran las mismas complicaciones que las víctimas de los videos.

Manuel, el primer amor de Caín y el quinto miembro del grupo de atacantes, fue buscado por cielo, mar y tierra, pero nunca fue capturado. El joven huyó del pueblo en el que vivía apenas vio los registros en la internet. Hasta el día de hoy, su paradero sigue siendo una incógnita.

Y Caín, quien se entregó a la policía tras la viralización de la golpiza a Manuel, fue enjuiciado y sentenciado a nada más que una temporada en la correccional hasta que alcanzara la mayoría de edad, pues se comprobó que no formaba parte de los ataques liderados por Hardy, mientras que no existía una sentencia definida por callar crímenes ajenos. Apenas cumplió los dieciocho años, Caín fue liberado y este, consumido por la culpa que lo atormentaba desde la pérdida de Charlie, se fue de la ciudad.

Caín no se sentía capaz de volver a ver a su madre o a la tía Brenda después de haber ocultado los delitos de sus amigos del pasado. Fueron ellos mismos los que, junto a sus propios errores, le hicieron perder a Charlie para siempre. El dolor de no volver a verlo era una herida que nunca sanaría, ni siquiera el tiempo podría curarla.

Caín no solo desapareció porque sentía vergüenza de mirar a sus cercanos a los ojos, sino que también para hacerles la vida un poco menos dura. Él era reconocido en cada región de su ciudad y en las aledañas; muchos lo vinculaban con los crímenes de odio de la famosa pandilla a pesar de comprobarse que no formaba parte de ellos. Caín no tuvo más opción que alejarse de todo y de todos para que nadie que se le acercara tuviera que pagar por sus errores.

Tras su partida, Caín fue a parar a un pueblo perdido en medio de la nada en el que nadie lo reconocía. Adoptó un nuevo aspecto y un nuevo nombre: Adrián. Aquel era el nombre que Charlie soñaba para su primer hijo. Caín decidió usarlo con el propósito de que, cada vez que alguien lo pronunciara, sintiera una punzada de dolor como una forma de castigo autoimpuesta.

La vida de Caín —o Adrián— en el pueblo ubicado en medio de la nada fue de todo menos tranquila. El joven encontró empleo en una cantina de mala muerte y se hizo amigo de un grupo de veinteañeros rebeldes que lo empujaron a una adicción que Caín consideró como su único escape de la realidad: el alcohol.

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora