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Sexta parte

📝

—¿Y bien? —preguntaste—. ¿Te gusta?

—Es precioso, Caín. Me encanta.

Contemplamos nuestra obra de arte con sonrisas cargadas de orgullo.

Tal como indicaste, construimos el fuerte con almohadas, sillas y sábanas blancas. En el interior pusimos un colchón inflable, tu computadora portátil para que viéramos películas y snacks que fuiste a buscar a la cocina.

El espacio dentro del fuerte era un tanto reducido, pero muy beneficioso, porque estaría más cerca de ti.

—Solo falta una cosa —dijiste—. Espérame adentro.

Entré. Te oí hurgar en tu armario y regresaste con un objeto en tus manos.

—¿Qué es eso? —consulté.

—Ya lo verás. —Fue lo único que respondiste.

Entraste en el fuerte y te acomodaste de rodillas frente a mí. Pusiste el objeto en el centro, luego oprimiste uno de sus botones. Una poderosa luz salió de un lente del artefacto y proyectó un atardecer en la playa dentro de nuestro refugio.

—Esto es increíble —dije, casi sin aliento, embelesado por lo majestuoso que se veía el pequeño universo que habíamos creado.

—Este proyector fue un regalo de mi madre cuando cumplí catorce —me contaste—. No suelo usarlo, porque prefiero pintar mis propios atardeceres, pero encaja a la perfección aquí dentro, ¿no crees?

Asentí sin articular palabra. Estaba muy emocionado como para hablar. La lluvia de tonos anaranjados teñía tu rostro y acentuaba tu belleza, te brindaba un aspecto onírico.

—¿Quieres ver algo diferente? —inquiriste con entusiasmo. Te encantaba la idea de sorprenderme.

Dije que sí, o eso creo. Apenas me daba cuenta de lo que sucedía. Todo se sentía tan mágico como en el más perfecto de los sueños.

—Recuéstate —ordenaste, y regresé de golpe a la realidad.

—¿Para... p-para qué? —pregunté. Detesto tartamudear cuando se trata de hablar contigo.

—Solo hazlo, Charlie. —Pusiste los ojos en blanco y me empujaste suavemente. Caí recostado sobre el colchón.

De un segundo a otro, la proyección del atardecer en la playa desapareció y fue sustituida por un cielo estrellado.

Pusiste una hermosa canción de rock en tu teléfono y te recostaste junto a mí en nuestro espacio de cielo. Tu rostro estaba a escasos centímetros del mío; bastaba con que me moviera un poco para poder besarte.

—Hermoso, ¿no? —preguntaste al mirar las estrellas.

—Demasiado hermoso —susurré, observándote.

Giraste la cabeza y me miraste a la cara. Estábamos más cerca que nunca, tanto que veía perfectamente bien cada detalle de tus iris. Sentí que nos transportamos a otro mundo, uno en donde nada podría salir mal, o eso es lo que creí.

Nos miramos en silencio, sin mover un músculo, pero yo sentía que el mundo daba vueltas. Estaba embriagándome con tu belleza, enloqueciendo con tu cercanía, incendiándome con tu mirada.

No sé si fue la música.

No sé si fue el color de tus ojos.

No sé si fue el contorno de tu boca.

No sé si fueron las estrellas.

No sé si fue la magia del momento.

Pero, en cuestión de segundos, reuní todo el valor del universo, vencí todos mis miedos y lancé mis labios a los tuyos.

En solo un segundo, sentí que me transporté hacia galaxias remotas y que experimenté una plenitud sobrenatural. No eres el primer chico al que he besado, pero sí el primero que me ha hecho sentir tan libre e infinito. Nuestros labios encajaban como si hubieran sido creados para ser unidos, como si estuviéramos predestinados a encontrarnos.

Esperaba que el beso durara una eternidad.

Esperaba que surgiera el amor entre nosotros y que desde entonces fuéramos uno solo.

Esperaba que aquel beso significara el inicio de una vida a tu lado.

Esperaba muchas cosas, pero no que te separaras bruscamente de mí tan solo unos segundos después de que uní mi boca a la tuya.

—¿¡Qué estás haciendo, Charlie!? —demandaste, impactado y un poco... ¿aterrado?

Ambos nos incorporamos. Tenías los ojos muy abiertos y una mano sobre tu boca, como si quisieras borrar el tacto de mis labios.

—Yo... yo... lo siento, Caín —balbuceé, tan aterrado y sorprendido como tú—. No sé qué estoy haciendo, he perdido la cabeza, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón, perdón... —Entré en pánico. Se me quebró la voz—. Discúlpame, Caín, no sé qué está mal conmigo, soy un tonto, soy un tonto...

Frunciste el ceño y desviaste la mirada. No volviste a mirarme a los ojos después del beso. Entre nosotros había una incomodidad que, a diferencia de todas las que hemos tenido, me estaba destruyendo.

—Será mejor que durmamos —sugeriste, no sé si con tristeza o con molestia.

Me temblaban las manos y el labio inferior. A decir verdad, todo mi cuerpo estaba al borde del colapso. Tarde o temprano me desmayaría a causa de las mil emociones que me invadían. Acababa de cumplir uno de mis más grandes sueños, pero no me sentía feliz. Tu rechazo estaba acabando conmigo.

¿Cómo fui tan idiota de pensar que corresponderías mi beso como si nada? ¿En qué momento pasó por mi mente que podrías fijarte en mí como algo más que un amigo?

Saliste del fuerte en completo silencio. Te pedí que habláramos, pero me ignoraste, así que te seguí.

Una vez afuera, te acercaste a tu cama y te acostaste en ella. Se supone que dormiríamos juntos en el fuerte, o así lo acordamos antes de construirlo.

—Dormiré aquí —informaste con la voz quebrada, dándome la espalda. Estabas prácticamente arrimado contra la pared.

Mis ojos se llenaron de lágrimas y, al parecer, los tuyos igual.

—Está bien. —Logré decir, apenas podía hablar—. Buenas noches, Caín.

No dijiste nada.

Luego del desastroso beso, no solo tuve que lidiar con tu rechazo, sino que dormí a solas en el fuerte y a mil kilómetros de distancia de ti.

Lloré hasta que no me quedaron lágrimas. No sabía si me escuchabas, pero de igual forma me tapé la boca y traté de hacer el menor ruido posible. Quería dejarte dormir para que olvidaras por unas horas el error que acababa de cometer.

No solo lloraba por tu desprecio, sino que también por lo que había provocado. Nuestra amistad, la que recién estaba floreciendo, había llegado a su fin.


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Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora