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Tercera parte

📝

—¿Lo... sabes? —Me temblaba la voz al preguntarlo.

—Lo sospechaba, más bien. —Te reíste—. Tú mismo lo confirmaste cuando gritaste que podías amar a quien quisieras amar... y vamos, era evidente, por eso te pregunté hace días si lo eras.

Agaché la mirada. No solo me sentía avergonzado, sino que también asustado. 

—¿No te... molesta? —Me atreví a sostener tu mirada.

—¿Molestarme? —Frunciste el ceño—. ¿Por qué habría de hacerlo?

—No lo sé... tal vez porque eres popular, y los chicos populares siempre desprecian a los chicos como yo.

—Algo que deberías saber de mí es que detesto los estereotipos —dijiste con firmeza—. No soy popular, Charlie, o al menos no me siento así. Que la gente se fije en mí y me crea interesante no quiere decir que soy superior a ti o a los demás.

—Lo siento. —Clavé la mirada en el lago.

—Ah, y otra cosa que detesto es que la gente se disculpe todo el tiempo y por todo lo que hace. —Te vi y noté que estabas sonriendo—. No deberías pedir disculpas cada dos minutos. La vida debería pedirte perdón a ti por haberte tratado de tal forma que ahora te sientes culpable hasta por respirar.

Sentí ganas de llorar. Tienes razón: me siento culpable hasta por llenar mis pulmones con el oxígeno de otros.

—¿O sea que no te molesta que yo sea gay? —pregunté para regresar al tema inicial.

Posaste un brazo sobre mis hombros. Provocaste que mi respiración se detuviera y que se me erizara la piel.

—No —respondiste—. No me molesta que seas gay. Tal como gritaste, eres libre de querer a quien te dé la bendita gana. Nadie puede obligarte a amar a quien no quieras amar.

No sabes la alegría que sentí al escucharte decir eso, pero mi júbilo se transformó en miedo al consultar:

—¿Y no te incomoda?

Te tomaste unos segundos para meditar antes de emitir una respuesta.

—No —contestaste—. No me incomoda.

Fue inevitable que desconfiara.

—Pero hace días dijiste que...

—Sé lo que dije —interrumpiste—, y estuvo muy mal de mi parte. No sería incómodo que me quieras, pero sí muy triste, porque me gusta Nora.

Me ubiqué en lo alto de una cuerda floja. En un lado, estaba la felicidad que me causaba el que no sintieras rechazo por mi homosexualidad. Y, en el otro, estaba el dolor que me provocaba que te gustara otra persona que no fuera yo.

Reinó un silencio pesaroso entre nosotros. Fuiste tú quien habló primero para preguntarme:

—Yo te gusto, ¿no?

El pánico se apoderó de mí.

—¡No! —mentí. Por supuesto que me gustas, y es más que notorio, pero no tuve el valor de admitirlo.

Te limitaste a contemplar el horizonte. Tus ojos se veían bellísimos siendo iluminados por la luz del ocaso.

—¿Por qué piensas que me gustas? —Sonaba muy nervioso.

—No lo sé. —Te encogiste de hombros—. Supongo que por cómo me miras o cómo te pones cada vez que me acerco a ti.

—¿Cómo me-me pongo? —Mi nerviosismo no dejaba de aumentar.

Esbozaste una sonrisa maliciosa y acercaste tu rostro al mío.

—Así de nervioso —susurraste muy cerca de mis labios.

Me alejé de ti por acto reflejo.

—¡Basta, Caín! —regañé. No sé por qué lo hice; lo que más deseo es sentir tus labios en los míos.

—¡Lo ves! —Estallaste en risas—. Te pones muy nervioso cuando me acerco a ti.

Nunca me había sentido tan excitado como en ese momento. Estuve muy cerca de tu boca, unos cuantos centímetros más y te habría besado. ¿Por qué rayos me alejé? ¿Por qué no puedo atreverme a intentarlo?

—Eso no quiere decir que-que me gustes —afirmé, más avergonzado imposible—. Me pongo nervioso cuando cualquier persona se me acerca.

—Entiendo. —Esbozaste una media sonrisa—. Pero debes admitir que conmigo es diferente. Si tienes algo que decirme, hazlo, Charlie.

Me limité a callar, pero lo único que quería era gritarte lo que siento. Juro que lo intenté, traté mil veces de que las palabras salieran de mi boca. No sé a qué le temo tanto, pues tu rechazo ya lo tengo. Tal vez me aterra provocar que te alejes de mí por miedo a romperme el corazón.

—Y si no soy yo, ¿quién te gusta, entonces? —interrogaste al cabo de un rato—. ¿Es algún chico de nuestra clase?

—Sí —confesé por impulso. Los nervios me estaban jugando una mala pasada.

—¿Puedo saber quién es?

—Es Luis. —Fue el primer nombre que se me vino a la mente.

Me di cuenta muy tarde del error que acababa de cometer.

—¿¡Luis!? —demandaste, furioso—. ¿¡Qué rayos tiene él que logró conquistarlos a Nora y a ti!?

—Yo, eh, yo... no lo sé, es... es... lindo.

—¿Lindo? —Reíste con sarcasmo—. Es una bestia. Si supieras las cosas que ha hecho, no te gustaría para nada, y a Nora tampoco.

—¿De qué hablas? —Me estremecí.

Notaste que hablaste de más y te pusiste nervioso.

—De nada, ignórame —dijiste, negando con la cabeza.

Otro silencio incómodo.

—¿Quieres... volver? —pregunté debido a tu inquietud.

Dulcificaste tu voz para decir:

—No, Charlie. Quiero ver las estrellas desde aquí. ¿Puedes quedarte hasta la noche?

Mi estómago ardió cuando vi tu mirada de súplica. Tenía permiso hasta las ocho de la tarde, pero no me importó ganarme una reprimenda con tal de estar a tu lado.

—Sí, Caín. Me quedaré contigo.


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Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora