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Quinta parte

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Entré en pánico. El miedo dominó cada centímetro de mi ser. Quería resistirme, tratar de gritar, pero no podía moverme. Estaba aterrado de lo que podría suceder.

—No grites. —Susurros en mi oído erizaron mi piel—. Esto es un asalto, voy a robarte el corazón.

Reconocí tu voz y te di un fuerte codazo en las costillas.

—¡Auch! —Te quejaste entre risas—. ¡Eso dolió!

—¡Me asustaste, pendejo! —chillé apenas me liberaste.

Respiraba con dificultad. Mi pánico no disminuía. Por un segundo creí que no eras tú quien me había asaltado y pensé que acabaría tal como Joaquín o incluso peor.

—Charlie, ¿estás bien? —preguntaste, preocupado. Ya no reías.

—¡No lo estoy! —exclamé. Hacía lo posible por no elevar la voz, pero me costaba—. ¡No vuelvas a hacer algo como eso!

Resistí como pude las ganas de salir corriendo. Por más que lo intento, no soy capaz de dejar de pensar en lo que ha protagonizado mis pesadillas durante años.

—Lo siento, pequeño, no quería asustarte —musitaste—. Soy un idiota.

—Nunca vuelvas a asustarme de esta forma, ¿bien? —Suavicé un poco mi tono enfadado al notar que tu arrepentimiento era sincero.

—Bueno. —Esbozaste una tímida sonrisa y me miraste a los ojos con ternura—. Ven aquí, bebé.

Me acerqué a ti para que me abrazaras y para que disiparas mis temores con tu contacto. Me envolviste en tus brazos con mucha fuerza, mi perturbación se convirtió en tranquilidad.

—Perdóname, ¿sí? —susurraste sobre mi oído.

—Está bien. —Hundí la cara en tu pecho. Tu suéter olía a tu colonia de siempre, un aroma que se convirtió en uno de mis favoritos.

Me hiciste levantar mi cara para darme un delicado beso en la frente. Tus ojos brillaban al contemplar los míos.

—¿Por qué me pediste que viniera? —te pregunté. Seguíamos abrazados.

—Porque ya no soportaba las ganas de tenerte cerca de mí —respondiste con una sonrisa—. Necesitaba abrazarte y recordarte lo mucho que te quiero.

Sonreí, pero fue imposible no recordar tu petición.

—¿Qué pasó con eso de que debíamos fingir que no sucede nada entre nosotros?

—Dudo que alguien nos vea aquí. —Tu sonrisa se volvió traviesa; rozaste mis labios con los tuyos—. Estamos completamente solos, Charlie.

Me excité instantáneamente. Tan solo oír tu voz susurrante bastó para que mi temperatura corporal se elevara hasta las nubes.

Nos besamos con una pasión que cualquiera envidiaría. Ya no quedaba rastro del pánico, lo único que sentía era placer y felicidad.

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora