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Tercera parte

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Nos dimos un beso tras otro hasta que me ardieron los labios. Se nos volvían tan cómodos y seguros que poco a poco perdía la vergüenza por mi escasa experiencia al besar.

Conversamos de mil cosas diferentes en la cama. Acabé enterándome de que te encanta pasear junto al mar durante la noche, de que amas hacer muñecos de nieve vestidos con ropa de invierno y de que te obsesiona cualquier cosa relacionada a los alienígenas y sus teorías conspirativas.

Por mi parte, te confesé que mi sabor de helado preferido es el de menta con chispas de chocolate, que le tengo miedo a las abejas y que uno de mis mayores sueños es formar una familia.

La tristeza se apropió de tus ojos cuando te revelé aquel anhelo. Aunque no te dije que me gustaría formarla contigo, es obvio que estás incluido en el paquete, pero tenemos el mundo y la mala suerte en contra. Ni siquiera podríamos oficializar una relación ante nuestros cercanos sin sufrir graves consecuencias.

Superamos el momento de tristeza al hablar de nuestras películas favoritas. Conversamos, reímos y nos besamos por lo que se sintió como un milenio. Te dormiste primero que yo, pero fue casi imposible permitir que lo hicieras. Quería seguir disfrutando de tu voz hasta el amanecer, sin embargo, necesitabas descansar. Estabas exhausto, era obvio que no habías dormido tan plácidamente en semanas. Me gustó saber que te sentías protegido a mi lado.

Estábamos viviendo momentos que nunca olvidaré. Ver tu cabello desordenado, escuchar tu respiración y sentir tu piel caliente junto a la mía me demostró que el amor no siempre es tan doloroso como suele parecer.

Sin embargo, así como me sentí muy feliz, también me invadió el pánico. Tenía la sensación de que lo nuestro no duraría por mucho y que tarde o temprano volveríamos a ser extraños. Supongo que es normal pensar de esta manera cuando tenemos más probabilidades de perder que de ganar.

Al amanecer, te observé hasta que abriste los ojos por culpa del despertador. Apenas espabilaste y me viste junto a ti, esbozaste una sonrisa igual de extensa que la mía.

—Hola, bombón —saludaste con una mirada sugerente.

—¿Bombón? —Me reí—. ¿Es en serio?

—¿Qué hora es? —preguntaste tras un bostezo. Incluso bostezando te ves atractivo.

—Las siete de la mañana. Tienes que ir a tu casa y prepararte para el colegio.

—No quierooooo. —Hundiste la cara en la almohada.

—Te necesito ahí, Caín. Dudo poder soportar más tiempo sin ti. Además, no puedes seguir perdiendo clases. No quiero que bajes tu rendimiento.

—¿Te has convertido en una réplica de mi padre o qué? —bromeaste, pero ninguno de los dos rio. Nunca dejaremos de sentirnos incómodos cuando se trate del hombre al que más le temes.

—Solo quiero que regreses. —Rogué con la mirada—. Te necesito allá. Estoy harto de sentirme solo.

—¿Qué hay de Nora? —Peinaste un mechón de cabello que me cubría la frente.

—Digamos que, ahora, el mundo de Nora gira en torno a Luis —respondí, herido. Sé que no puedo culparla, porque mi mundo entero gira en torno a ti, pero duele de todas formas.

Te mostraste preocupado. La mención de Nora y de Luis te inquietó.

—¿Qué pasa? —inquirí—. No me digas que sigues sintiendo cosas por Nora, porque si es así no pretendo...

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora