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Primera parte

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Hola, Caín.

Las semanas en tu ausencia eran como atravesar un desierto sin una gota de agua.

Nadie supo nada de ti en diez días, o esa cantidad de tiempo estimaba que transcurrió desde que rompí contigo. Ya no distinguía entre lo real y lo imaginario, a duras penas recordaba mi nombre. Tras nuestra despedida, entré en un período de letargo del que no lograba recuperarme. Me sentía como un fruto caído que poco a poco se pudría, como una flor enterrada en el pantano del olvido.

No asistías al colegio, tampoco te conectabas a las redes sociales. No dabas señal alguna de estar vivo. Quise llamarte, pero mi decisión de dejarte ir me lo impedía. Estaba decidido a permitirte volar y a que tuvieras la vida que yo nunca podría ofrecerte.

Aunque me moría de ganas de contactarte, sentí que era inútil intentarlo. Después de todo, si huías con la tía Brenda, lo más lógico era que te desharías de tu teléfono y que te mantendrías alejado de cualquier medio de comunicación. Sin embargo, dudaba que hubieras escapado, pues de ser así la noticia se habría esparcido por todas partes y tu búsqueda sería exhaustiva. Tu padre no iba a rendirse hasta dar con tu paradero.

De modo que llegué a la conclusión de que en realidad no escapaste con la tía Brenda, pero ¿dónde estabas? ¿Acaso te consumía tanto la tristeza tras nuestro quiebre que te negabas a levantarte de la cama?

Otra opción poco probable, ya que tu papá te obligaría a ir al colegio, a menos que no se encontrara en casa. No sabía qué pensar. Podías estar muy lejos del país como podías hallarte a un par de kilómetros de distancia.

Sentí el impulso de ir a tu casa y de averiguar si estabas ahí o si tu madre sabía algo al respecto, pero reprimí las ganas lo mejor que pude. Necesitaba que creyeras que yo ya no tenía interés en ti, porque me empeñaba en pensar que ese era el único modo de que tuvieras una vida menos miserable. Aunque no huyeras, estar conmigo solo te traía problemas.

Te preguntarás qué fue de mí durante tu desaparición. La verdad es que hice de todo con tal de mantener mi mente ocupada, pero nada me distraía lo suficiente como para olvidarte. Pinté, dibujé, escribí canciones, salí a correr e incluso cociné, pero nada, absolutamente nada me ayudó a despejarme. Te pensaba en cada instante del día y te soñaba por las noches.

La última cosa que hice para tratar de no pensar en ti fue ir a casa de Jeremy después de clases. Él llevaba días insistiéndome en que lo visitara. Al principio me negaba a ir, pues sabía cuáles eran sus intenciones y aún no estaba listo para encerrar tu recuerdo en un baúl ni para permitir que mi corazón abriera sus puertas a nuevas posibilidades.

No obstante, si quería sustentar la mentira que te hizo alejarte de mí, tenía que pasar tiempo con Jeremy. No podía perder su confianza ni su amistad. Lo necesitaba para que tú creyeras que ya no había espacio para ti dentro de mi corazón, así que opté por visitarlo.

Para mi mala suerte, Jeremy estaba solo. Cuando me abrió la puerta principal de su vivienda, esbozó una gran sonrisa y me invitó a pasar. Yo me movía con timidez, como si entrara en la cueva de un depredador. Sabía que él no me haría nada sin mi consentimiento, pero de todas formas me sentía nervioso.

—Y bien, ¿cómo estás, Charlie? —preguntó Jeremy una vez que me hallé en su estancia. Había fotos en las paredes, en algunas aparecía un niño.

—¿Eres tú? —Señalé la foto de un pequeño a bordo de un columpio. No quise responder su pregunta, porque me sentía pésimo. No saber de ti me estaba matando.

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora