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Sexta y última parte

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Mi mente era un torbellino de pensamientos negativos y de emociones destructivas al despertar por la mañana en mi cuarto. Me dolía la cabeza, y no solo por la insoportable resaca que sufría. Pensé que el alcohol evitaría que recordara cada momento de la noche anterior, pero se grabaron en mi mente con detalle. No conseguía dejar de pensar en el instante en que dijiste "maricón" como si te repugnara la idea de ser homosexual, o cuando hice algo que nunca esperé hacerle a nadie: golpearte.

Estaba muy arrepentido y dolido al mismo tiempo. Tengo claro que la violencia física no es la respuesta a nada, pero no puedo evitar pensar que tal vez te merecías ese puñetazo. Quizá todos los que alguna vez me han hecho daño se merecen un buen golpe en la cara.

Demonios, ¿qué me pasó, Caín? ¿Por qué me convertí en este ser violento y vengativo? ¿Es esta una consecuencia de todo el sufrimiento que he cargado o es que siempre he sido de esta forma?

No sé qué pensar de mí mismo. El cambio ya no parece tan optativo como creía; es como si una oscura parte de mí hubiera tomado posesión sobre mi cuerpo y ahora me controlara a su antojo.

Planeaba dormir todo el día, pero ese era un privilegio que mis padres no iban a permitir, no después de escapar a la medianoche y de regresar ebrio a casa. Mi padre entró en mi habitación y deslizó las cortinas para dejar entrar la luz del sol directo a mi cara.

—Arriba, Charlie —espetó de mal genio—. Tenemos que hablar. Tu madre y yo te esperaremos en la estancia.

Se me formó un nudo en el estómago. Mis padres nunca han sido estrictos, porque no lo han necesitado. Mi hermana ya es mayor de edad y sabe comportarse como tal, y yo jamás di problemas en casa.

Hice acopio de las pocas energías que me restaban y bajé a la sala de estar, en donde mi madre se encontraba sentada en el sofá bebiendo té y mi padre se hallaba de pie junto a ella con los brazos cruzados sobre el pecho.

—¿Puedes explicarnos qué rayos está mal contigo? —demandó mi padre en voz tan alta que aumentó mi dolor de cabeza.

—¿De qué hablas, papá? —Fingí desconcierto.

—Has cambiado muchísimo en poco tiempo, Charlie —intervino mi madre con tristeza—. Te has teñido el cabello, has cambiado tu estilo, llegaste golpeado hace unos días, te escapaste por la noche y regresaste a casa llorando y apestando a alcohol... ¿Qué te sucede, hijo? ¿Hemos hecho algo que ha provocado este cambio tan radical?

Ella se puso de pie y se acercó a mí. Tenía los ojos cristalizados, lo que me hizo sentir mal, pero no lo suficiente como para ablandarme.

—No, ustedes no han hecho nada —aseguré, pero me di cuenta de algo—. Bueno, quizás ese fue su error: que nunca hicieron nada al respecto de mi extraña actitud. ¿Nunca pensaron que, probablemente, se debía a una especie de trauma? ¿Acaso piensan que este es mi primer cambio? ¿No recuerdan que yo era un niño lleno de vida hasta cierto día cuando tenía diez años? Si se hubieran dado cuenta de que algo estaba mal conmigo, ahora no tendría necesidad de rebelarme contra el mundo.

—Pero nunca nos contaste qué te pasó, hijo —replicó papá—. E intentamos llevarte a un psicólogo, pero siempre te negaste y...

—¡Pues debieron obligarme, qué sé yo! —grité, rompiendo en llanto—. ¡Era solo un niño traumatizado y asustado que no sabía cómo reaccionar ante lo que le estaba sucediendo! ¿Cómo fue que no se dieron cuenta de que los necesitaba? ¿En serio creyeron que estaba bien cuando les decía que lo estaba? ¡Nunca he estado bien, al menos no desde los diez años! ¿¡Quieren saber qué pasó!? ¿¡Quieren!?

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora