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Hola, Caín.

Hace horas ocurrió algo desagradable, inesperado e inolvidable al mismo tiempo.

Mientras caminaba por un pasillo solitario del colegio, me topé con tu grupo de amigos, a quienes nunca les he agradado.

Tu mejor amigo Hardy, el idiota más insoportable que el mundo haya conocido, me arrinconó contra una pared y susurró:

—Hola, rarito. ¿Quieres jugar con nosotros?

Presionó mi pecho con uno de sus antebrazos y acercó su rostro de tal forma que su nariz se halló a solo un par de centímetros de la mía.

El resto de tus amigos me miraba con sonrisas maliciosas, era obvio que disfrutaban amedrentar al "bicho raro" del colegio. Nunca he entendido por qué te relacionas con chicos tan malvados como ellos.

—No quiero —respondí con temor, pero con un atisbo de firmeza.

—Vamos, Charlie, no te haremos daño —musitó Hardy—. Bueno... no demasiado.

Con su mano libre, sacó un objeto de uno de sus bolsillos y lo levantó hasta situarlo frente a mi cara.

Eran unas tijeras.

—¿Qué van a hacerme? —Entré en pánico.

—Solo queremos jugar a los barberos. —Hardy recorrió mi rostro con las tijeras—. Tienes el cabello demasiado largo, necesitas un corte. ¿Quieres ser nuestro primer cliente?

Iba a negarme, pero una voz me interrumpió.

—¿Qué hacen?

Todos miramos en dirección a la persona que intervino. Eras tú, Caín.

—Solo jugamos —respondió Hardy con despreocupación—. Nos estamos divirtiendo, ¿no es así, Charlie?

Me miraste como si esperaras una respuesta de mi parte, pero no pude darla. Dejé que mi rostro aterrado hablara por mí.

—Déjenlo en paz —exigiste—. Les he dicho mil veces que no molesten a la gente.

—Vamos, Caín, no seas aguafiestas. —Hardy puso los ojos en blanco—. No entiendo tu obsesión con defender a raritos como este.

—Y yo no entiendo tu obsesión con hacerle la vida imposible a los demás —espetaste—. Aleja tus manos de él si no quieres que tengamos problemas.

Hardy te miró con una ceja enarcada y con una sonrisa cuya intención no pude adivinar.

—Eres muy aburrido —te dijo entre risas—. Está bien, vámonos. —Se acercó a uno de mis oídos para susurrar—: Esto no acaba aquí, rarito.

Tus amigos se fueron. Todos se burlaban de mí, pero mi asombro no me permitía escuchar lo que decían.

—¿Estás bien? —me preguntaste con cierta indiferencia.

Fui incapaz de hablar, así que me limité a asentir. Estaba sumamente feliz e impactado. No podía creer que acabaras de defenderme y de preocuparte por mí.

Asentiste, te alejaste y me dejaste solo en el pasillo, pero no me sentía solo en absoluto.

Porque me protegiste, Caín, y nunca podré olvidarlo.

Te quiere,

Charlie.

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora