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Primera parte

📝

Hola, Caín.

Hoy fui a tu casa después de clases.

Tal como la noche de la fiesta, me puse la ropa más colorida que poseo. Me sigo sintiendo raro al vestir de esta forma, pero más raro sería para ti que me vieras con la ropa que uso la mayor parte del tiempo, la cual me convierte en una mancha oscura que intenta ocultarse de la gente.

Fue tu madre quien me recibió en la entrada. Es una mujer muy amable, mucho más de lo que esperaba. No te enfades, pero en el colegio se rumorea que tus padres son personas frías y despiadadas que apenas se preocupan de su hijo. Honestamente, lo pensaba así, sobre todo por el hecho de que te permitieron montar una fiesta como la de hace días y ni siquiera se hicieron presentes, pero la bondad de tu madre evitó cualquier mala impresión.

Ella me ofreció galletas —a las que me negué— y me dijo que podría encontrarte en tu cuarto. Subí las escaleras y, al llegar a tu puerta, toqué con suavidad. Aunque no abrías, sabía que estabas adentro, porque oía el ruido de unos audífonos en funcionamiento.

Decidí abrir sin esperar a que tú lo hicieras y lo que vi casi me provocó un infarto: escuchabas una canción y la bailabas como si nada te importara. 

Tenías los ojos cerrados y el torso desnudo. Reparé en tu abdomen marcado antes de que notaras mi presencia. No quieres saber cómo reaccionó mi cuerpo al verte de una forma tan sorpresiva como esa.

Cuando notaste que estaba en la puerta, te sobresaltaste y quitaste los audífonos de un tirón, por lo que no pude evitar reír. Estabas notoriamente avergonzado; tenías las mejillas coloradas. 

—Me gusta creerme estrella de rock cuando estoy solo —dijiste entre risas mientras rascabas tu nuca. Fue difícil mantener mis ojos en tu cara y no fijarlos en tu torso.

—Yo hago lo-lo mismo —admití. También suelo escuchar música con audífonos y ponerme a bailar en mi habitación cuando nadie está mirando.

—¿Cómo estás? —preguntaste con aquella sonrisa capaz de acabar con mi tristeza.

—Bien, ¿y t-tú? —balbuceé. Me costaba hablar. Estaba muy nervioso; tu torso desnudo no cooperaba. 

Fue cuando ya no pude evitar ver tu cuerpo que te diste cuenta de que estabas sin playera. Te pusiste una y me invitaste a que pasara, porque aún seguía de pie en el pasillo.

Al entrar, me senté en tu cama y tú cerraste la puerta, dejándonos en una emocionante y peligrosa intimidad.


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Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora