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Hola, Caín.

Ha pasado tiempo desde la última carta. Antes decidí no volver a escribirte, pero necesito hacerlo otra vez.

Seguro te preguntas por qué he optado por continuar con estas cartas. La verdad es que, a pesar de que mis sentimientos por ti están muriendo, escribirte se convirtió en una especie de terapia que me ayuda a liberarme.

Las semanas posteriores a la última carta fueron insufribles. No salía de mi habitación para nada más que ir al baño y para bajar a comer, ni siquiera fui al colegio. Mis padres intentaban hablar conmigo, pero en cada oportunidad los rechazaba. A pesar de ello, ambos respetaban mi decisión de quedarme en casa, pero ya no podía seguir escondiéndome del mundo real.

Hace días regresé a clases y me enfrenté a ti. La última vez que nos vimos, te di un puñetazo del que me arrepiento, pero no puedo negar que me causó cierta satisfacción. Necesitaba que experimentaras de alguna forma el dolor que sentí, aunque debo reconocer que no fue la manera adecuada.

Cuando entré al salón de clases, todas las miradas recayeron en mí. Los que no habían asistido a la fiesta de Luis quedaron impactados con mi nuevo aspecto, y los que sí fueron ya sabían que fui yo quien te dio el puñetazo. Nunca había recibido tanta atención.

Me acerqué a mi asiento, junto al que ya se hallaba Nora. Al tratar de sentarme, alguien me agarró de un brazo y me obligó a permanecer de pie.

—¿Por qué diablos golpeaste a mi mejor amigo? —demandó Hardy, furioso.

En ese instante, toda la ira que acumulaba salió a flote.

—Porque me dio la puta gana —mascullé—. ¿Quieres que te golpee a ti también?

Contrario a lo que esperaba, Hardy se rio.

—Fue porque dijo "maricón", ¿no? —adivinó—. ¿Acaso eres uno?

Todos nos miraban y nos escuchaban con atención. Me tomé unos segundos para formular la respuesta ideal.

Y lo dije. Lo dije y no me arrepiento. Lo dije y lo volvería a decir mil veces más con tal de sentir esta liberación.

—Sí —vociferé—. Soy homosexual, no un "maricón". Si tienes algún problema con ello, dímelo y lo solucionamos.

Muchos abrieron la boca al máximo.

Otros se pusieron a murmurar.

Algunos sonrieron, lo que me sorprendió bastante.

Y, la mayoría, me miró con asco y repulsión.

—Debí adivinar que eras un marica —espetó Hardy entre dientes—. Siempre luciste tan asqueroso y femenino como ellos. Era obvio que te gustaban los pen...

Apenas me di cuenta de que me lancé sobre él para golpearlo.

Alcancé a darle un puñetazo en el rostro antes de que tú nos separaras, Caín.

—¡Ya basta! —ordenaste.

Tus amigos se acercaron para defender a Hardy, pero tú los detuviste.

—No se atrevan a tocarlo —advertiste frente a mí con una mano alzada.

—¡No necesito que me defiendas! —te grité.

—¡Sí que lo necesitas! —intervino Hardy—. ¡Haré de tu vida un maldito infierno!

El profesor Ramírez entró en el salón.

—¿Qué está sucediendo aquí? —demandó.

—¡Charlie me golpeó! —acusó Hardy.

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora