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Quinta y última parte

📝

¿Hay algún sentimiento que sea mil veces mejor y más intenso que la felicidad?

Porque si lo hay, yo lo sentía.

Pero, al mismo tiempo, tenía miedo. Temía que todo fuera demasiado perfecto para ser real, que nuestra creciente amistad muriera en cuestión de días o que nunca diéramos el siguiente paso.

—¿Te sientes mejor? —preguntaste cuando dejé de llorar.

—Sí —suspiré—. Gracias por preocuparte.

—¿Quieres hablarme de lo que te pasa? —Me abrazabas con fuerza.

—No pasa nada, estoy bien.

No seguiste presionando.

Nos quedamos en silencio nuevamente. Pese a que en tus brazos me sentía cómodo y seguro, había una pregunta que ya no podía guardarme por más tiempo:

—¿Eres bisexual, Caín?

Te removiste con incomodidad y te incorporaste, rompiendo nuestro abrazo.

—No —respondiste de forma inexpresiva, mirando hacia la nada—. No lo soy.

Me incorporé para mirarte los ojos.

—Entonces, ¿por qué me abrazas? —cuestioné en tono suplicante, casi desesperado—. ¿Por qué me tocas sin sentir pudor? ¿Por qué me pediste que acariciara tu cabello en tu cumpleaños?

Me miraste con los ojos abiertos de par en par. Tu silencio me dijo que sí recordabas lo que sucedió esa noche.

—No te entiendo, Caín —susurré. Seguías callado—. No es que me guste reforzar los estereotipos, pero eres demasiado gay para ser heterosexual.

—Me gustan las chicas, Charlie —dijiste con dureza—. Entiéndelo.

Las lágrimas se acumularon en mis ojos, pero no las dejé salir.

—Lo entiendo —mentí. Por más que intento, no logro aceptar que nunca me querrás como yo te quiero a ti. Trato de matar mis esperanzas, pero no ayudas mucho que digamos.

Perdí la cuenta de todos los silencios incómodos que llevábamos. Ya no me sentía a gusto, tenía un molesto dolor en el pecho y muchas ganas de salir corriendo.

—Creo que debemos volver a casa —musité con pesar.

No dijiste nada. Tenías la mirada clavada en tus zapatos y una intrigante expresión de melancolía.

—¿Me escuchaste? Creo que debemos regresar.

Seguías sin abrir la boca.

—¿No vas a decirme nada? —Estaba comenzando a molestarme.

Tu silencio fue la única respuesta. No despegabas los ojos del suelo.

Me puse de pie para volver a casa, estaba harto de que no dijeras nada. No tengo motivos para enojarme contigo, porque no es tu culpa que no seas capaz de amarme, pero estaba tan frustrado conmigo mismo y con la vida que solo quería regresar y dormir hasta que el planeta se extinguiera.

—Adiós, Caín —te dije con resignación.

Tampoco obtuve respuesta.

Resoplé y comencé la marcha hacia el bosque para buscar mi bicicleta, pero, a los pocos pasos recorridos, escuché que estabas sollozando.

Rápidamente volví atrás. Me puse frente a ti y me agaché para poner mi rostro a la altura del tuyo. Tú cubrías tus lágrimas con una mano sobre tus ojos.

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora