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Hola, Caín.

Hoy amanecí con dolores muy intensos, pero con más ira y determinación que nunca.

Ayer me vi obligado a mentirle a mis padres. Les dije que mis heridas se debían a que fui asaltado camino a casa, no a que me golpearon en el colegio. No oculté la verdad por miedo a tus amigos, sino que quiero vengarme de ellos sin necesidad de recurrir a alguien más.

Papá y mamá por poco me llevaron a rastras a la policía para constatar lesiones y efectuar una denuncia. Les insistí una y otra vez que no era necesario; no lograban entenderlo. Lamentablemente, no encontré más alternativa que gritarles y volverme una furia con tal de que me dejaran en paz. No es que quisiera desquitar con ellos mi rabia contra el mundo, pero ya perdí la paciencia hacia la gente.

Esta mañana, cuando quisieron obligarme a faltar al colegio, tuve que volver a gritarles y salir corriendo. No quiero convertirme en la clase de hijo rebelde y maleducado, pero tampoco quiero seguir siendo el obediente, sumiso e incapaz de decir "no", menos el que se esconde de los problemas, por eso decidí ir a clases.

Cuando me viste entrar al salón con el rostro herido, te paraste de tu asiento y te acercaste a mí.

—¿Qué te pasó, Charlie? —preguntaste con lo que parecía preocupación, pero seguro no era más que una mentira.

—Como si te importara —espeté con demasiada rudeza. Sentí que un témpano de hielo se alzó entre nosotros.

—Claro que me importa —replicaste, medio triste y ofendido—. Vamos, Charlie, dime qué pasó.

Quise contártelo, pero miré a tus amigos y noté la advertencia en sus ojos. No sé si fue el miedo a que me hirieran de nuevo o las ganas de vengarme sin ayuda de nadie las que me hicieron decir:

—Me peleé con un idiota en un bar. ¿Feliz?

Frunciste el ceño y me miraste como si estuvieras frente a un desconocido.

Tal vez debí decirte la verdad, aunque no soportaría que te pusieras del lado de tus amigos ni que intentaras defenderlos. Sí, estoy decidido a olvidarme de ti, pero aún te quiero lo suficiente como para que me destroce recibir otra puñalada de tu parte.

—No te creo. —Negaste con la cabeza—. Tú no eres así. Ni siquiera tienes edad para entrar a un bar. 

—No me conoces —increpé entre dientes—, y no tienes idea de lo que soy capaz.

—Charlie, si alguien te está haciendo daño, yo...

—Tú ¿qué? —Me reí de forma sarcástica—. ¿Vas a defenderme? ¿Vas a pelear por mí? No seas ridículo, Caín. No eres más que un cobarde.

Todos me oyeron y vociferaron un "uuuuh" al unísono.

—¿Todo bien, Caín? —preguntó Hardy desde su asiento, poniéndose de pie.

Me miraste con los ojos cristalizados. En los míos, solo había rencor.

—Todo bien —mentiste, casi con la voz quebrada, y te fuiste a tu asiento.

Sentí que me miraste durante toda la clase. Fue gracioso que se invirtieran nuestros roles. Era yo quien te miraba todo el tiempo, pero hoy fuiste tú quien no pudo despegar sus ojos de mí.

Pensé que estaría triste; no obstante, todo lo que sentí y sigo sintiendo es rabia. Esta me consume rápidamente y transforma mi tristeza en desprecio contra todo. Estoy cansado de ser pisoteado por la suerte y de permitir que la gente me dañe sin motivos.

El resto de la mañana transcurrió con tranquilidad, hasta que el director llegó a nuestro salón durante la clase de matemáticas para preguntar e investigar sobre el incidente de los casilleros. Nos consultó si sabíamos quién los rayó y, cuando su mirada recayó en la mía, estuve a punto de revelar la verdad, pero preferí callar.

¿De qué serviría acusar a tus amigos sin pruebas? Estoy seguro de que se las ingeniarían para no ser descubiertos y revertir todo a su favor.

Como no averiguó a los responsables, el director abandonó el salón y el tema de los casilleros rayados, como tantos otros, quedó sin resolver.

Sé que todos sabíamos que los culpables eran tus amigos, pero nadie dijo nada. Muchos los felicitaron por tal calamidad; la mayoría de nuestros compañeros los considera semidioses que merecen ser alabados y respetados, pero yo no. Quiero verlos caer hasta lo más profundo del infierno y que ardan hasta las cenizas.

Al terminar la jornada escolar, Luis anunció a viva voz en el frente del salón que celebraría su cumpleaños este fin de semana. Invitó a toda la clase, incluyéndome.

Días atrás, habría decidido no ir. Sin embargo, hoy todo es diferente. La fiesta de Luis será la ocasión ideal para exhibir un nuevo yo y demostrarle al mundo que ya no seré aquel chico lleno de temores que no se atreve a levantar el mentón.

Una vez anunciado lo de la fiesta, todos salimos del salón y abandonamos el colegio. Me despedí de Nora, quien pasaría la tarde con Luis, y emprendí mi camino a casa, pero me detuve al escuchar que alguien llamó mi nombre en plena calle.

Mi corazón se aceleró cuando descubrí que fuiste tú quien me llamó.

Corriste en mi dirección, claramente agitado. Te detuviste frente a mí con aquella expresión lastimera que por poco me estaba creyendo.

—¿Qué quieres, Caín? —pregunté con molestia. No tenía ganas de nada, ni siquiera de ti.

—¿Podemos hablar? —Te acercaste demasiado, así que yo retrocedí.

—No. —Me di la vuelta y retomé la marcha.

Me tomaste de un brazo para detenerme.

—¡Por favor! —rogaste.

—Suéltame. —Me aparté de tu agarre con brusquedad—. Vete, Caín. No quiero hablar contigo.

—Charlie, estoy preocupado por...

—¿No es esto lo que querías? —Mi mente y mi corazón se volvieron tormentas eléctricas. La ira se apoderó de mí—. ¿No querías que me alejara de ti? ¿No querías que fingiera que nunca nos conocimos? ¡Pues eso es lo que estoy haciendo, así que vete a la mierda y déjame en paz!

Respiraba como un animal rabioso. Tú me mirabas con estupefacción.

—¿Qué te pasa, Charlie? —Te noté triste—. Tú no eres así.

Emití una risa sarcástica.

—¿Así, cómo? —Me acerqué con aire desafiante.

—Así de violento. Así de rudo... así de frío.

Me aproximé tanto a ti que mi rostro quedó muy cerca del tuyo.

—No tienes ni una maldita idea de quién soy —mascullé. Mi boca estaba a muy poca distancia de la tuya, pero no te alejaste—. Ni una idea.

Miraste mis labios y luego mis ojos. Tragaste saliva, incómodo. Casi resultaba cómico que fueras tú quien estuviera nervioso cerca de mí.

—Cha-charlie, yo... —balbuceaste. No te permití seguir.

—Déjame en paz, Caín —insistí. Mi voz era amenazante, pero también un poco temblorosa. Me di la vuelta y me detuve para decir—: Ah, nos vemos en la fiesta de Luis. —Esbocé una sonrisa maliciosa. Sé que mi presencia te incomodará este sábado.

Me fui a pasos rápidos y decididos. No escuché los tuyos tras los míos, pero sí me di cuenta de que te quedaste quieto viéndome partir. Sentí el impulso de llorar. Elegí no hacerlo, porque ya no quiero sufrir por ti.

Ya no quiero quererte.

Ya no.

Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora