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Cuarta parte

📝

—¿A Narnia? —inquirí entre risas.

—Cállate y sígueme —ordenaste, también riendo.

Decidí no hacer más preguntas. Al llegar al fondo del armario, una puerta apareció frente a nosotros.

Sacaste una llave de uno de tus bolsillos, desbloqueaste el cerrojo y abriste el acceso aparentemente secreto. Estaba muy oscuro, pero pude ver que del otro lado había una escalera.

—Sube conmigo —pediste, y yo asentí. Me temblaban las manos de tantos nervios y regocijo.

Estabas compartiendo un secreto con alguien a quien apenas conocías, pero que, por algún motivo que escapa a mi conocimiento, alguien en quien decidiste confiar. No pude evitar sentirme importante y especial para ti.

Comenzamos a ascender. Antes de llegar a lo más alto, presionaste un interruptor situado en una de las paredes de la escalera y el lugar se iluminó. Una vez que subí y lo vi en toda su extensión, quedé sin aliento.

Estábamos en un ático repleto de lucecillas blancas, un techo pintado como si fuera un cielo nocturno y decenas de pinturas por todas partes.

—Te presento uno de mis más grandes secretos y tesoros, Charlie —dijiste con orgullo en la voz—. Todas las pinturas que ves en este lugar fueron hechas por mí.

Estaba pasmado y encandilado con la belleza que me rodeaba. Miraba de un lado a otro con la boca abierta en una gran "O" y el corazón latiendo a un ritmo frenético.

Entendí muchas cosas del pasado, como aquellas ocasiones en las que llegaste al colegio con las manos manchadas de pintura. Escuché que le dijiste a tus amigos que estuviste pintando con tu padre el día anterior, pero siempre supe que no era cierto. Tu nerviosismo me confirmó que mentías, y ahora sé que tienes una emocionante afición por el arte.

Me aproximé a las paredes y examiné en detalle tus pinturas. Algunas eran retratos de hombres y mujeres que no conocía; todos parecían estar hechos por un pintor profesional, o al menos para mí, que sé tan poco de arte, lucían profesionales.

Además de retratos, había pinturas de paisajes, animales tanto reales como fantásticos, arte abstracto e incluso algunas pinturas de gente desnuda. No sabía cómo interpretar la mayoría de las pinturas que alcanzaban a mi vista, pero no hacía falta estudiarlas para saber que todas eran inigualables.

—Esto es... magnífico, Caín —pronuncié. Apenas me salía la voz. No esperaba que fueras un artista—. Eres muy talentoso.

Te miré. Llevaste una mano a tu nuca y agachaste la mirada con timidez. Tenías las mejillas coloradas y una pequeña sonrisa en los labios.

—Gracias —dijiste, mirándome a los ojos—. Eres la primera persona después de mi mamá a la que le enseño este lugar.

Quise llorar de felicidad al saber que estabas depositando tanta confianza en alguien como yo.

—¿Por qué decidiste mostrármelo? —consulté, esperanzado. Pensé que, a lo mejor, mis sueños no eran tan solo sueños y tú estabas comenzando a sentir algo por mí.

—Eres la única persona que parece confiable entre todos mis amigos —respondiste, aún sonriente—. Además, eres una de las pocas personas capaces de prestar atención en vez de quererla. Todos los que me rodean se mueren por llamar mi atención, mientras que tú escuchas atentamente todo lo que digo y sé que aprecias cada una de mis palabras, ¿o me equivoco?

Me ardieron las mejillas. Tienes razón: puedo repetir cada una de las cosas que me contaste cuando escuchamos el vinilo que te regalé.

Me limité a asentir como respuesta y tú sonreíste de oreja a oreja. Sin embargo, de la nada, tu sonrisa desapareció y me miraste con rostro amenazante.


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Hola, Caín [Gratis]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora