2.

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Sabe perfectamente que necesitará algo más tiempo para prepararse, así que, sin pensárselo dos veces, Amaia, muy a su pesar, se despide de esos fuertes brazos que la rodeaban y abandona de un salto la cama. Sin dudarlo, saca el vestido color cobre de su maleta y descubre, con sorpresa, que está bastante arrugado. Por las horas que son no le da tiempo a plancharlo ni arreglarlo de alguna otra manera, además, tampoco se ha llevado ninguna otra ropa más así de vestir así que, maldiciéndose por ser tan despreocupada, decide ponérselo igualmente. Se recoge el pelo en un moño mal hecho para cambiarse de ropa mientras, de reojo, nota que el chico le vigila desde el otro lado de la habitación. Es su musa, su inspiración y aún no se puede creer la suerte que ha tenido conociéndole. Con una sonrisa picara, decide comenzar un ritual que sabe que no acabará en nada porque van con el tiempo bastante apretado.

Se desabrocha el short vaquero que lleva y deja que caiga lentamente entre sus piernas para tocar el suelo haciendo un sonido ahogado. Se le escapa una risa de niña pequeña que sabe que está haciendo la peor de las travesuras. Pero le encanta provocarlo; así son ellos y así se quieren. Sabe perfectamente que él no le va a poner impedimentos a ese juego, lo único que lamenta es que no vaya a haber un final feliz. Al menos no en ese momento, por la noche, todo se verá.

Se aproxima hasta él vestida con el tanga y su camiseta de tirantes verde militar. Alfred está sentado en el borde de su cama y en su rostro se dibuja una sonrisa de medio lado, cómplice del deseo que ella siente por él. Amaia se sienta a horcajadas sobre el chico y comienza a besarlo. Primero lento, suave, disfrutando del momento, pero al cabo de un par de minutos la situación comienza a subir de tono.

Los besos cada vez son más desesperados y él ya ha colado una de sus manos por dentro de la camiseta de ella para alcanzar uno de sus pechos. Ella comienza a moverse sobre él y nota como sus pantalones comienzan a tener problemas para contener el sexo del chico. Es innegable que quieren follar, se tirarían toda la tarde haciéndolo, pero en ese momento es imposible. ¡A la mierda!, piensa Amaia mientras levanta un poco su cuerpo y desabrocha el botón de los pantalones del chico para introducir su mano dentro de los calzoncillos.

A su vez, él le quita con rapidez la camiseta y ataca uno de sus pechos con la boca. Oyen a sus padres hablar en el salón, pero parece que eso les excita aún más, no creen que vayan a irrumpir en la habitación cuando saben que están cambiándose de ropa para ir al Ayuntamiento de El Prat. Amaia no aguanta más y decide acercar el sexo de Alfred hasta su clítoris para darse placer mutuo. Sus bocas vuelven a encontrarse desesperadas, sus cuerpos no paran de moverse y el chico parece ansioso por entrar en ella. Pero Amaia se frena de golpe, se coloca la ropa interior en el sitio que le corresponde y se levanta del regazo de su novio, que le mira con la mayor cara de incredulidad que ella nunca le ha visto.

—¿Me vas a dejar así? Amaia, por Dios, que estoy a punto de reventar —implora él intentando que ella se apiade un poco.

—Alfred, ya vamos tarde. Ya siento que estés así. Se nos ha ido todo un poco de las manos, la verdad —baja un poco la voz por si los padres de él están rondando por alguna habitación cercana—. Esta noche terminamos lo que hemos empezado, pero ahora están tus padres ahí fuera esperando a que salgamos para ir al Ayuntamiento —el chico, desesperado, hace puchero, sabe que su último intento por conseguir su propósito—. Joer, Alfred, no me pongas esa cara. Que yo también me he quedado con las ganas de más, pero mira qué hora es.

—Tendré que darme una ducha fría antes de salir porque no puedo ir así por la vida —dice el chico a la vez que se señala el evidente bulto que nace de su entrepierna.

Amaia vuelve a acercarse hasta él, roza sus labios con su boca y le susurra que procure ser rápido. De nuevo, vuelve a introducir su mano dentro del pantalón del chico y en cuestión de un minuto le ha llevado hasta Marte. Él le acerca un kleenex para que limpie su mano y su propio abdomen. Ya se duchará cuando vuelvan por la noche, y a lo mejor, juntos, pero ahora no les da tiempo.

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