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La noche no ha sido una gran aliada para la joven; no ha parado de dar vueltas en la cama constantemente porque no ha podido parar de pensar en él, en Alfred. Y tampoco ayudaba mucho el hecho de que su hermano y Eva se hayan quedado a dormir con ella esa madrugada.

Amaia no ha visto nunca, jamás, a su novio actuar de esa manera. Le prometió llamarla antes de irse a dormir pero no lo hizo, no le ha enviado ni un triste mensaje por Whats App. Y ahora ella no sabe qué le duele más: si sentirse observada por la prensa y los fans o que Alfred la ignore de esa manera.

Sí, está grabando su disco, el proyecto con el que lleva soñando años, pero Alfred se ha gastado la lengua y los labios asegurándole millones de veces que ella es su prioridad y, sin embargo, parece estar totalmente desinteresado cuando la chica está atravesando sus peores horas.

Se levanta de la cama y siente que aún sigue mareada, se dirige hacia el baño y al mirarse al espejo ve que tiene los ojos hinchados y rojos de tanto llorar. La mezcla de emociones del día anterior le ha provocado un estado de semideshidratación en los ojos, pero es que siente que toda la situación le está empezando a sobrepasar y que la única persona con la que puede contar está más pendiente de otras cosas que de ella.

Quiere comprender a Alfred, por eso intenta ponerse en su lugar sin mucho éxito. Si él hubiera estado conforme ella estaba la tarde anterior, probablemente lo habría dejado todo por ir detrás de él. Es su Peter Pan, solitario, hermético y desvalido en muchas ocasiones; y sin embargo, es tan Garfio a veces que parece el peor de los villanos cuando se obsesiona con su música. Parece que un cocodrilo que se tragó un reloj le va persiguiendo, como recordatorio de que cuanto antes acabe el disco, antes lo disfrutarán sus fans.

Va hacia el salón y allí está el poster que él le regaló hace unas semanas donde aparecen Peter Pan, Wendy y los Niños Perdidos... Somos nosotros, Amaix, le dijo en aquella ocasión mientras señalaba a los dos personajes con los que se identifican. Sus ojos se vuelven a inundar de lágrimas al pensar que, al igual que en su caso, existen muchos Alfred y que la cara que está descubriendo ahora es la que menos le gusta.

Sus pensamientos se ven interrumpidos por Javier, que aparece en el salón vestido con la ropa del día anterior y con una bandeja llena de cafés y croissants.

—Buenos días, peque —dice Javier, aún a sabiendas que ella odia que emplee ese apodo cariñoso—. He bajado a la cafetería de la esquina a por esto. Tienes que organizarte mejor, Amaia, no había nada para desayunar.

—Bueno, hay un bote de Nesquick de los grandes. Podrías haberlo aprovechado...

—No, mujer, sé que ese lo tienes reservado para cuando viene Alfred aquí a dormir —Amaia se pone colorada como un tomate, así que Javier decide cambiar de tema de conversación—. Bueno, el padre de Eva es médico y ha contactado con un psicólogo y con un psiquiatra de confianza que han accedido a verte hoy mismo —la chica chasquea la lengua y tuerce el gesto ante tal noticia—. No, Amaia, no me pongas ahora excusas. Vamos a ir, lo necesitas.

La chica se ducha y se pone lo primero que pilla de su armario para ir a la consulta. Le acompañan su hermano y su cuñada, pero desea que con ella estuviera Alfred, agarrándole fuerte la mano. Al fin y al cabo, es la persona que mejor entiende el trance por el que está pasando.

Pasa sola y, aunque se resiste, cuenta el torbellino de emociones que lleva experimentando desde que salió de Operación Triunfo. Intenta explicar cómo le afecta ser el objeto de críticas y, sobre todo, hace especial hincapié en cómo a veces la presión le puede debido a las altas expectativas que genera su música y su vida privada. Amaia intenta pasar de puntillas por el tema de su relación amorosa con Alfred, pero el chico no deja de ser una consecuencia de su paso por el concurso y que sigan siendo el foco de curiosos y de la prensa es, en parte, gracias a él, que no deja de compartir momentos de su vida privada junto a ella.

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