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Llama al timbre de la puerta del estudio. Va enfundada en las gafas de Sol que le regaló Alfred cuando ella se dejó olvidadas las suyas en algún hotel de Israel. Va abrigada hasta las orejas, el frío de diciembre penetra en su cuerpo gracias a la romántica humedad que impregna Barcelona.

Manu le abre la puerta y le invita a pasar a su estudio con una gran sonrisa que Amaia no le devuelve. Esa noche no ha pegado ojo; de hecho, ni siquiera se quedó a la fiesta por el fin de esa edición de OT.

Se limitó a hablar un rato con Rozalén sobre el futuro de su disco y de lo perdida que se siente en ese mundo en el que siente que encaja un poco menos cada día que pasa. Como es costumbre en la compositora, se ofreció a ayudarle en todo lo que necesitara, incluso en los arreglos de melodías y letras, pero Amaia rechazó amablemente su invitación y le prometió volver a cantar con ella antes de regresar a la soledad de su piso en el centro de la Ciudad Condal.

Ahora Amaia, sentada en el despacho de Manu, le entrega una selección de canciones para escoger de cara a la gala de Navidad que grabarán el sábado en el plató de Operación Triunfo.

—No sé, Amaia... Es que no te puedes presentar en el estudio sin haber preparado nada para el sábado. No me va a dar tiempo a prepararte los arreglos con playback para ti y para los chicos de este año y quien se tiene que lucir son ellos. Van a ser los protagonistas, joder...

—Ya lo siento, Manu... Es que últimamente tengo muchas cosas en la cabeza y... No sé, no me ha dado tiempo a revisar esto. Había pensado que si tú no podías hacer los arreglos, se vinieran los chicos de Carolina Durante y tocáramos juntos la de Perdona.

—No, Amaia, ni de coña. Lo primero, porque es mucho jaleo; lo segundo, porque no son gente salida de OT; y lo tercero, ellos se van a negar a ir a una gala de un programa como el nuestro, parece mentira que no lo sepas —mira a la chica de reojo, está cabizbaja; nota sus ojeras prominentes, tanto que llegan a la parte más alta de sus pómulos, imprimiendo una imagen aún más triste a su mirada—. Amaia, no tengas miedo, mira, podemos darle duro a la partitura esta tarde para sacar los acordes. Tú sólo tienes que ensayarla en casa mañana y el sábado.

—Manu, pero...

—No hay peros, Amaia —le interrumpe abruptamente—. No te vas a poner a tocar Lo que construimos de Natalia Lafourcade en el plató, que eso va a parecer el diluvio universal entre lo que lloraréis entre tú y Alfred. Sabes perfectamente que eres capaz de tocar la de Perdona en cuestión de horas. Las otras opciones que me has traído se quedan un poco... —Y comienza a hacer los típicos sonidos que solía hacer en los pases de micros cuando indicaba que a alguna interpretación le faltaba algo de garra—. Además, desde Gestmusic me han dicho que Universal prefiere que toques la colaboración...

Finalmente, Amaia se compromete y accede a interpretar Perdona sola al piano. Así se pasa las horas muertas de ese frío viernes en su piso de L'Eixample, ensayando y ensayando hasta que le queda un tema perfecto. El ruido del móvil le trae de vuelta a la realidad, mira a su pantalla con la esperanza de que se trate del protagonista de sus desvelos, pero no es otra que Helena.

—¿Qué pasa? —pregunta al descolgar.

—A ver, ya tengo look para ti. Te va a encantar. Te lo llevo a tu casa y te lo pruebas para ver qué te parece o si le tenemos que meter al bajo de los pantalones o algo.

Media hora más tarde, al abrir la puerta, sus dos amigas entran al piso como Pedro por su casa. No le importa, son sus amigas, pero quizás están empezando a tomar demasiada confianza con ella. Amaia, en ese momento, sólo quiere estar sola para regocijarse en la mierda de vida que tiene.

Le empiezan a contar mil historias a las que ella no hace ni caso, poco le importan cuando su mundo se está desmoronando a su alrededor. Coge las prendas y, sin tener en cuenta que sus amigas están en el salón, comienza a desnudarse en la estancia principal de su casa.

EllosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora