No sabe ni qué día es, ni la hora, ni dónde está. Está un poco atontada, grogui y adormilada. Se estira perezosa en la cama y nota que hay algo caliente cerca de ella. Duda pero, vuelve a deslizar su mano y entonces sí palpa la espalda de su novio y lo recuerda todo: están en Figueres, ha ido a grabar los coros de algunas canciones de Alfred y están echados en la cama del chico para dormir la siesta.
Su novio se da la vuelta, pero aún permanece en un profundo sueño y a ella no le gusta nada más en el mundo que verlo así, relajado y a gusto. Se acerca a sus labios y los besa con ternura, él, aún soñando, esboza una leve sonrisa y suelta un pequeño suspiro de alivio. Hasta durmiendo ella es capaz de proporcionarle la paz que necesita sin pretenderlo, con un simple gesto como un beso.
Poco a poco, Alfred va abriendo los ojos y, cuando su visión se adapta a la luz de la habitación, consigue hacer contacto con los de su chica. Así, a la luz de sol de tarde es como más guapa está sobre todo cuando él es el causante de su risa.
—Pensé que no estabas aquí, que era todo un sueño —susurra el chico con voz pastosa.
—No, soy real. Estoy aquí, contigo —responde Amaia mientras le acaricia la cara con su dedo índice.
El joven se incorpora hasta quedar a la altura de los labios de Amaia. Le acaricia con la mano la mejilla y vuelve a mirar sus ojos castaños, parecen más cansados de lo habitual. Se lame los labios, como si estuviera a punto de degustar una rica fruta pero todo lo que desea es romper la barrera que él mismo ha ido construyendo en las últimas semanas, sellando su amor con un beso. Hace mucho tiempo que no ha visto a Amaia tan devastada, podría decir que desde aquella absurda guerra que mantuvieron en primavera no le ha vuelto a ver en ese estado.
—Perdóname, Amaia —dice mientras roza sus labios con los suyos propios.
Alfred acorta los pocos milímetros que le separan de la boca de su novia. No hay ansiedad, no hay dolor en el pecho, no hay malos pensamientos. Sólo se tienen el uno al otro de forma incondicional y con eso les basta para conseguir espantar a sus miedos. Si están juntos no hay problemas.
Sus lenguas juegan a un juego lento: el de reconocerse después de tanto tiempo. Sus manos recorren recodos que parecen haber olvidado con el paso de los días. Sus dedos tocan las teclas justas para hacer sonar la melodía perfecta.
Amaia consigue invertir el orden y se sienta a horcajadas sobre las piernas de su novio mientras él le observa detenidamente desde su nueva posición. Pareciera que se fuese a romper, pero ella es una mujer tan fuerte que es prácticamente indestructible.
El chico levanta su torso de la cama para abrazar con fuerza a Amaia, ella busca su boca y, una vez que la encuentra, la saborea. Ha echado tanto de menos sus labios que ahora mismo sería incapaz de separarse de ellos ni aunque le pagaran un millón de euros. Poco a poco va deslizando sus manos hasta dar con el borde de la camiseta de su novio, el chico sube los brazos y ella, en un rápido movimiento, consigue deshacerse de la prenda.
Los besos suben de intensidad pero no paran de acariciarse, como si estuvieran intentando memorizar cada rincón de sus cuerpos. Para quedarse en igualdad de condiciones, Amaia permite que Alfred le quite la camiseta, tiene calor y ese trozo de tela lleva sobrando desde hace minutos.
—Mira —Amaia coge la mano de su novio y la lleva hasta su pecho—. ¿Lo notas? —Alfred siente cómo el corazón de su novia bombea a un ritmo acelerado, por lo que asiente—. Esto sólo tú eres capaz de provocarlo.
Con toda la fuerza que consigue reunir, Alfred se abalanza de nuevo sobre Amaia y vuelve a situarse sobre el cuerpo de su novia. Le besa lento, suave, sin prisas, como si no hubiera casi quince personas esperando en el salón para continuar con la jornada de trabajo.
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Ellos
FanfictionTodo sigue igual entre ellos. Después de la gira con sus compañeros de Operación Triunfo, Amaia se traslada a Barcelona para iniciar su carrera musical cerca de las dos personas que más quiere en el mundo: su hermano y Alfred. Atrás deja a su famili...