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Oscuridad. Parpados pesados. Se revuelve en la cama. Son las 3:37 de la madrugada de un jueves y hace un rato que no puede dormir. Se ha acostado con la extraña sensación de haber dejado una cuenta pendiente, pero aunque ponga todo su empeño, no logra recordar cuál. Piensa que se ha debido quedar despierto, hasta tarde, pondría la mano en el fuego por ello pero, no quiere molestarlo, quizás está en uno de esos momentos suyos creativos. Y, aunque le duela ahora mismo no escuchar su voz, sabe que Ya hablarán mañana.

Sin embargo, no puede parar de darle vueltas. Lleva semanas muy distantes, casi no hablan y las veces que lo hacen apenas están unos minutos. Está muy ocupado, ya te dijo que no iba a poder hacerte el caso que tú mereces, le dice una voz de su interior; pero otra, mucho más fuerte parece gritarle que él está perdiendo su interés en ella y que se ha mudado a aquella gran ciudad para nada.

Intenta conciliar el sueño. Cuenta ovejas, o estrellas, aunque de poco le sirve porque no consigue su propósito. Otra vuelta más en la cama y mira el reloj de su iPhone: las 4:23. Dios, se le está haciendo eterna la noche. Se gira en su cama, ahora enorme, porque le falta alguien al lado, le faltaél. Las sábanas aún mantienen su adictivo olor y espera que no tarde en regresar de nuevo ahí, con ella, a su lado. Le dijo que el fin de semana se verían. Se lo prometió. Lo echaba tanto de menos... En los momentos en los que él le falta es cuando la melancolía más fuerte le asalta.

Se lo ocurre que quizás es buena idea ponerse a componer, pero es bastante posible que a sus vecinos no les parezca demasiado bien. Se gira y enciende la luz de su mesita de noche. En el intento por llegar hasta el interruptor casi tira una fotografía que él le regaló cuando inauguró el piso. Esto es para cuando te sientas sola, mírala y sabrás que yo no me voy a ir nunca de tu lado. Si me necesitas, estoy a tan sólo media hora en taxi de aquí, titi, le dijo él con aquella voz melosa que siempre le recordaba a un bebé. Ahora lo necesita, y la foto de ambos en bañador, sonrientes y felices no la iba a consolar y, llamar a esas horas para que vaya no es una opción. No importa, piensa. Ella es una mujer empoderada, no depende de nadie para ser autosuficiente y feliz consigo misma. Se lo repite y se lo cree.

Coge su móvil y descubre con sorpresa que son casi las 5:00. Decide entrar a WhatsApp para revisar las últimas fotos que le envió Aitana de su recién estrenado piso de Madrid. Cuando acaba, cae en la cuenta de que él leyó el último mensaje que le envió antes de ir a dormir y no le ha contestado. Entra en el chat y con cierto enfado descubre que él la ha dejado en visto. Otra vez. No sabe las veces que van a lo largo de esta semana, ya ha perdido la cuenta. Lo último que él le había dicho es que antes de irse a dormir le llamaría por FaceTime. Pero no, de nuevo no lo hizo. Y ella empieza a enfadarse, empieza a sentirse cómo un segundo plato, ha dejado de ser su prioridad para ser alguien secundario en su vida. Y esta idea la aterra y le duele de la misma manera.

Esa voz de su cabeza empieza a ser cada vez más fuerte. No te quiere, te utilizó para conseguir sus propósitos; pero la otra, que también empieza a alzar la voz, también quiere tomar partido. Está muy ocupado con su disco. En cuanto os veáis todo seguirá siendo como siempre. Y en ese mínimo instante en el que esas dos voces están enfrentándose en su interior, nota cómo una lágrima recorre su mejilla.

Y es entonces cuando desea volver a Pamplona; a la comodidad de su casa, siempre habitada por alguien. Necesita despertar a su hermana para contarle todo lo que le atormenta, desea hacer un par de llamadas y saber que tendrá a sus amigos junto a ella en menos de 15 minutos. Echa de menos acurrucarse en su cama de toda la vida, de 90 centímetros, como la que tiene cualquier chica de su edad. Pero ella no es cualquiera. Ella es Amaia, la de OT, Amaia de España, Amaia Romero, Amaia la de Eurovisión, Amaia la joven promesa de la música indie en España, Amaia la novia de Alfred.

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