41.

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Escucha el ruido lejano de unas llaves, una voz masculina le llama por su nombre y, sin embargo, no consigue distinguir quién es esa persona. Los ojos empañados de lágrimas, la respiración entrecortada y la opresión que siente en el pecho son los indicativos para reconocer perfectamente que se encuentra ante otra crisis de ansiedad.

El hombre le susurra palabras incomprensibles, dice algo de unas fotos. Esas fotos, la crónica de una ruptura anunciada, la confirmación de los rumores que llevan circulando un par de meses. Volver a ser la comidilla de prensa y fans, que le señalen por la calle, que le insulten en redes, que todo el mundo sepa perfectamente qué es lo que ha pasado entre ellos sin tener ni idea de nada.

Nota unas caricias en las mejillas, un beso en sus sienes, que alguien le coloca un cojín bajo la cabeza y los pies para acomodarle. Consigue entreabrir los ojos y ver a su hermano con cara de preocupación. Se acerca hasta ella y le entrega una pastilla con un vaso de agua.

Poco a poco nota cómo su cuerpo termina por relajarse y cae en un profundo sueño en el que no viaja por su habitual mundo de fantasía. Durante el tiempo que duerme no es consciente de todo lo que ha pasado y de todo lo que probablemente le queda por pasar en las próximas semanas, quizás meses. Simplemente está relajada y desea quedarse en ese estado para siempre.

Sin embargo, se va despertando poco a poco, sale de ese aturdimiento y vuelve a darse de bruces con la realidad. En un primer vistazo ve que en su salón están su hermano y su cuñada con gesto preocupado.

—¿Cómo estás, peque? —Javier le sonríe desde el sillón de Ikea que hay junto a uno de los ventanales de su casa.

—Bien... —una confusa Amaia intenta incorporarse sin éxito, toda la habitación le da vueltas—. ¿Qué hora es?

—Casi la hora de comer. Las 13:30 o así —dice Eva—. ¿Estás mejor?

—Sí, yo... Lo siento, no pretendía asustaros —Amaia sigue sintiendo ese nudo en la garganta que le oprime.

—Tranquila, no pasa nada. Imaginamos que te afectaría ver las fotos y por eso vinimos en cuanto vimos que era una hora prudencialmente razonable para que te hubieras despertado ya —su hermano se aproxima hasta el sofá y le entrega el móvil—. No deberías usarlo hoy, pero creo que hay alguien que también está preocupado por ti y que lo está pasando igual de mal que tú.

Amaia coge su móvil y ve su pantalla, entre los muchos mensajes que ha recibido, de quien más llamadas perdidas tiene es de Alfred, seguido de su madre y de su abuela. No quiere que se preocupen por ella demasiado pero supone que en esa situación es inevitable no estarlo. Decide llamar primero a Alfred, supone que él está pasando por la misma situación que ella. Un toque, dos... Cuando está a punto de colgar, el chico contesta a su llamada.

—Amaia... —susurra apurado—. Me has pillado duchándome, que iba hacia tu casa. Estaba muy preocupado, no me vuelvas a hacer esto, por favor. ¿Estás bien?

—Ahora un poco mejor, gracias por preocuparte —su voz aún suena algo adormilada y gangosa.

—¿Quieres que vaya a tu casa? Si no quieres, no voy; no te sientas obligada a nada. – Alfred no quiere parecer pesado, pero supone que es inevitable preocuparse por ella.

—Ven, claro, ven si quieres —aunque esté así, le hace ilusión que Alfred vaya para estar con ella.

—Estoy allí en media hora, llevo algo para comer. ¿Qué te apetece?

—Da igual, no tengo mucha hambre.

—Vale —cuando está a punto de colgar, Alfred le llama—. Amaix.

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