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Son las siete de la mañana y ninguno de los dos ha podido descansar esa noche. Amaia no ha parado de dar vueltas en la cama pensando en mil cosas: sí, le quiere pero ¿merece la pena vivir así? Alfred, por su parte, no sabe cómo solucionar el enfado de su novia. Desearía encontrar el método perfecto para tener el equilibrio entre su vida personal y la profesional.

El chico se levanta, cansado de no dormir y deseando que se solucionen sus problemas. Todo lo que quiere es estar como siempre con Amaia, ella siempre es el bálsamo que cura todos sus males pero si ella está mal, él está peor.

Se dirige hacia la cocina de la casa procurando no hacer ruido. En su recorrido pasa por la puerta de la habitación donde Amaia ha pasado la noche. Desea con todas sus fuerzas entrar y decirle todo lo que siente, que sin ella está perdido, pero no lo hace porque, ante todo, respeta el espacio que ella le ha pedido.

Se pone su sudadera negra con la franja roja para salir al porche de la casa y ver amanecer. Recogió la prenda de casa de Amaia la última noche que durmió con ella. Octubre está empezando a enfriarse, como su relación con la chica, piensa él mientras da un sorbo a su taza de café.

Intenta espantar esos malos pensamientos, va a encontrar una solución para reconciliarse con ella. Amaia merece toda la atención del mundo y es consciente de que él no se la ha prestado lo suficiente durante las últimas semanas. Pero va a poner un remedio, se va a volcar al 100% con ella, porque se lo prometió en mayo y por él mismo, porque sabe que ella es el acorde que completa su canción.

Un par de lágrimas se le escapan. Piensa en que todo sería distinto si hubiera estado más pendiente de ella, si no se hubiera volcado tanto en el disco. Y quizás ella tenga razón: en el momento en el que lance single y va a empezar unas semanas durísimas de promoción en las que no le va a ver, y luego va la gira por toda España y, seguramente, visite Latinoamérica. Y todo eso significa que van a estar mucho tiempo separados y cree que no va a poder soportarlo, pero tampoco puede renunciar a hacerlo ni le va a pedir a ella que aparque su sueño por seguirle allá donde vaya.

Se siente agobiado y lo peor de todo es que quien puede ayudarle a solucionar sus problemas está a pocos metros de él pero ni siquiera le habla. La estoy cagando pero bien, se dice a sí mismo.

Decidido, se dirige hacia el estudio. Necesita componer algo, lo que sea, para desahogarse porque esa es su mejor manera de expresarse. Aporrea el piano un rato, pero no le sale nada, coge la guitarra y unos cuantos acordes surgen de sus dedos para crear una melodía que podría encajar perfectamente con uno de los temas que ha grabado para 1016. Los apunta rápidamente y sabe que a lo largo de ese par de días que aún le quedan en el estudio podrá sacar una letra lo suficientemente decente como para que encaje en el resto de la canción.

Sí, Sevillaparece incompleta pero quizás esos acordes que acaba de sacar de la nada puedan hacer de esa melodía una canción redonda. No se ha dado cuenta pero Isabel lo lleva observando un buen rato desde la pecera.

—Buenos días, ¡qué madrugador! —dice su representante con cara de sueño.

—Ya ves. Dicen que a quien madruga, Dios le ayuda. A ver si es verdad —Alfred finge una sonrisa que Isa consigue identificar a la primera.

—Uy... ¿Has pasado mala noche? —le acaricia el brazo, intentando consolarlo.

—Sí —no quiere dar tampoco mucha más explicación pero la mirada inquisitoria de Isabel no le da margen para quedarse en silencio—. Digamos que Amaia está bastante cabreada conmigo y creo que se está planteando las cosas. No sé, Isa. Creo que tiene razón. Me refiero a que no me estoy portando del todo bien con ella en las últimas semanas y me estoy volcando demasiado en el trabajo, y como que paso de ella, ¿sabes?

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