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Sale el sol y comienza una nueva jornada en Barcelona, pero ella tiene la sensación de no estar viviendo su propia vida. ¿Qué día es? ¿Martes o miércoles? No lo sabría si no fuese por la agenda que su hermano le pasa cada mañana con el planning que debe seguir y que muy pocas veces cumple.

Normalmente, se despierta a las nueve de la mañana, desayuna y se pone a estudiar sus horas reglamentarias de piano, pero invierte su tiempo en conversaciones banales y aburridas en Whats App. Habla con mucha gente menos con la persona que más ganas tiene de hacerlo: Alfred.

Desde que discutieron el domingo sólo han intercambiado un par de frases para saber cómo están, pero no han profundizado mucho más. A Amaia aún le sangra la cornada que él le hizo al decirle que creía que el concepto de ellos, como pareja, se está diluyendo. Cada vez que recuerda eso se le forma un nudo en la garganta, pero hoy se ha propuesto no volver a llorar, tiene miedo de deshidratarse por los ojos si sigue así. Como no consigue desahogarse, el nudo se traslada hasta su pecho y nota cómo se forma una angustiosa presión que de vez en cuando le impide respirar.

Cuando le pasa eso le aparecen las musas y las notas parecen surgir de sus dedos como si fuese una melodía que lleva practicando toda su vida. Apunta todo rápido en el cuaderno que Alfred le regaló para que atesorara bien sus composiciones. Esa tarde ha quedado con Raúl y espera presentarle algo decente. Al fin y al cabo, él ha depositado toda su confianza en ella.

Decide seguir el consejo de su hermana y, ya que no tiene compañía en la casa, recurre a Helena y a Maddi. A pesar de conocerlas de un par de ocasiones, le caen bien, la distraen y, cuando salen, la apartan de sus monstruos personales, esos que le hacen pensar cosas terribles cuando está a solas consigo misma.

Se pasa la mañana practicando sus propias composiciones, no quiere decepcionar a Raúl esa misma tarde. Es consciente de que es uno de los mejores productores del país y que haya decidido darle ese voto de confianza a una persona como ella es lo mejor que le ha podido suceder en la vida y no quiere desaprovechar esa oportunidad que se le ha presentado.

Sus dedos se mueven ágiles sobre el teclado, esta vez las melodías no son alegres, tienen un cariz un tanto oscuro. Las letras que la acompañan son crudas, nostálgicas en algunos casos, pero con su inconfundible toque personal. Amaia no es demasiado dada a la poesía, no tiene el mundo interior que su novio sí posee. La gente que espera su música sabe que es parca en palabras, lo han podido comprobar durante su estancia en la Academia.

Sin embargo, no es lo mismo hablar de una misma a viva voz que expresarlo a través de canciones. Al principio te costará, pero una vez te pongas a ello las letras te saldrán solas, le dijo Alfred en Menorca cuando por fin se decidió a componer ella misma sus canciones.

Algo había escrito durante los meses posteriores a Eurovisión, pero no se atrevía a mostrárselo a nadie. Amaia, eres patética, ¿a quién le va a gustar esa puta mierda?, se había dicho en más de una ocasión. Cada vez que visitaba la casa de sus padres durante el verano, se ponía al piano o cogía alguna de sus guitarras, le salían melodías que siempre consideraba malas. Pero ahora era distinto. Ahora tenía confianza en sí misma porque las pocas personas que han escuchado sus composiciones dicen que son de otro mundo.

Se levanta de la banqueta y se dirige hacia el sofá, le duele un poco la espalda de estar toda la mañana practicando al piano. Cierra los ojos y recuerda perfectamente la primera vez que le enseñó a Alfred una de sus composiciones a guitarra. Imposible olvidar la sonrisa de bobalicón que el chico puso cuando ella le dijo que tenía el privilegio de ser la primera persona en escuchar algo al 100% compuesto por ella.

Estaban de vacaciones en Menorca, Alfred se había empeñado en llevarse su guitarra porque ¿Y si me entra la inspiración para alguna canción durante las vacaciones? Tendré que ponerle música, ¿no crees? le había dicho el chico. Es irremediable que deje de trabajar porque todo él es música, así que en aquella ocasión no le importó que Alfred facturara la guitarra y la llevara con ellos hasta aquel paraíso terrenal.

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