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Es mediodía del lunes 19 de noviembre y Amaia aún no sabe qué va a ponerse para esa gala. Helena está pateando de arriba abajo todos los showrooms de Barcelona para encontrar algo que se ajuste a lo que su amiga, y ahora jefa, le ha pedido.Esta es la oportunidad de su vida; que un personaje tan importante y famoso como Amaia le haya dado ese voto de confianza es significativo de que ha nacido para dedicarse a lo que ha estudiado, la moda.

Finalmente, consigue unas cuantas prendas que lleva hasta casa de su amiga. Todas son originales, luminosas, muy del estilo de la chica pero no cumplen con el dress code de la gala: algo rojo.

—Te dije ayer que tenía que llevar algo rojo, Helena. Aquí no hay nada rojo, joder —dice una Amaia enfadada—. ¡Es que nada me sale bien, hostia! Tendría que haber ido yo contigo.

—Amaia, que no pasa nada, no es obligatorio llevar el color. Te pintaremos los labios de rojo, no te preocupes —insiste Helena.

Finalmente escoge un traje chaqueta blanco con los pantalones de pata de elefante y un top vintage de la marca Maison Margiela en color caldera. Se ve bien, pero no sabe qué hacerse en el pelo, se pone más nerviosa al probar las distintas opciones que le sugieren sus amigas.

—Amaia, estás imposible, chica —suelta Maddi de pronto—. ¿Qué te pasa? No te gusta nada, te quejas por todo...

—Claro, como no es tu imagen la que está en juego, es muy fácil criticar a los demás —cada segundo que pasa está más ofuscada.

—Es que debería importarte una mierda lo que opine la gente de ti, ¿sabes? Sólo son unos vejestorios de mierda aburridos con sus vidas y que se reúnen una vez al año para fingir que son las personas más solidarias de la ciudad.

—No es eso, es que... —Amaia pretende soltarles la bomba—. A ver, es que le he pedido un tiempo a Alfred —guarda un silencio prudencial antes de continuar con su monólogo, comprueba que sus amigas están alucinando con la noticia que acaba de darles—. La cuestión es que quiero que cuando me vea esta noche no pueda dejar de pensar en mí y que me está dejando escapar.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que lo has dejado con Alfred? —chilla Maddi—. ¡Pero eso es genial! Por fin te has dado cuenta de que es un capullo, menos mal.

—A ver, no. Lo primero, no es un capullo —aunque esté realmente enfadada con él y lo piense, en el fondo sabe que es buen chico y que hace las cosas sin maldad—. Lo segundo, sólo le he pedido un tiempo, necesito reflexionar un poco sobre nuestra relación, verlo todo con perspectiva.

—Bueno, al menos te has dado cuenta que no te trata del todo bien, ¿no?

—Tiene sus defectos, sí —susurra Amaia—. Bueno, la cuestión es que os quería pedir otro favor —sus amigas le miran impacientes, esperando a que diga qué es lo que necesita—. ¿Me acompañaríais esta noche a la gala? No tendríais que pagar ni nada de eso, esta vez corre de mi cuenta —se hace el silencio en el salón de Amaia, ambas se miran con incredulidad. Si se pudiera leer el pensamiento, se podría ver la fiesta que hay montada en la cabeza de ambas: acaba de invitarles a la fiesta más importante de la ciudad y gratis.

—Claro, mujer. ¡Qué cosas tienes! Iremos contigo y procuraremos que el chaval no se te acerque, a ver si es capaz de respetar el tiempo que le has pedido —responde Maddi.

—Joe, pues muchas gracias, chicas. Sois las mejores —dice Amaia mientras les abraza.

Amaia ha ensayado en el recinto esa misma mañana, pero quiere hacer una actuación espectacular y dejar a todos los asistentes boquiabiertos con su virtuosismo al piano y la magia de su voz. Aunque, siendo sincera consigo misma, lo único que quiere es que Alfred tenga ojos para ella. Que vea lo que se está perdiendo por su obsesión con la música.

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