8.

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Entreabre los ojos sin creerse que hora es. Son casi las diez de la mañana. No sabe cuándo se ha quedado dormida, pero sabe que no ha descansado en absoluto. Se ha pasado la noche llorando y por eso le duele tanto la cabeza. Se levanta de la cama con dificultad para rebuscar en su neceser una pastilla de ibuprofeno. La necesita con urgencia si quiere soportar el día que le espera.

Va hacia el baño para tomárselo con un poco de agua. Se mira en el espejo y lo que encuentra no le gusta. Tiene una cara de mierda, con unas ojeras que le llegan hasta el suelo y las bolsas de sus ojos hacen que su mirada parezca más triste de lo que ya es de normal. Esta agotada, se ve más delgada, apagada y triste.

No se atreve a encender el móvil. Anoche lo tuvo que apagar para que dejara de vibrar por las incesantes llamadas que Alfred estuvo haciendo durante los quince minutos después de que ella colgara la video llamada. Sólo con recordar el motivo por el que apagó su iPhone, se pone a llorar de nuevo.

Podría haber entendido que Alfred hubiera preferido quedarse en Barcelona si tuviera alguna actuación, pero era un evento más, no estaba previsto que actuara. No entiende por qué se comporta así, no es la primera vez que le hace algo parecido. Habían acordado cantar Miedo en el Teatro Gayarre, tal y como lo habían hecho en El Prat. Pero no, lo volverá a hacer ella sola. Como cuando actuó en el Teatro Real, que estuvo arropada por su familia y sus amigos, pero él prefirió quedarse en Barcelona entrenando con Magalí cuando ella estaba en pleno concierto.

Aquel día Amaia no le dio importancia, aunque le molestó que no acudiera. Se mostró indiferente cuando sus amigas soltaron alguna pulla por la ausencia del chico en ese concierto tan importante para ella, pero en el fondo estaba molesta. Cantaba en el Teatro Real de Madrid, un recinto donde sólo lo hacen los grandes, y ella daba un recital allí sin tener aún música propia en el mercado. Era un sueño hecho realidad, estaba rompiendo los prejuicios que se le atribuyen normalmente al ganador de un talent show.

¿Cómo va a volver a justificar esta nueva ausencia? Ya se imagina lo que le dirán sus amigas: A ese tío le encanta el postureo, Te está utilizando otra vez, Eres una pringada, Amaia. Tú vas siempre a donde él quiere y Alfred no es capaz de mover el culo por ti.

Luego seguirán las pertinentes explicaciones a su familia. Primero a su hermano durante el trayecto en coche, porque sabe que le va a notar lo que le pasa. Javier le contará la misma cantinela de siempre: Tenéis que separar lo profesional de lo personal, Amaia. Te lo he dicho 20 veces. Yo sé que os queréis mucho pero sois figuras públicas. Lo de ser un dúo se acabó con Eurovisión. Ahora tenéis que ser Amaia Romero por un lado y Alfred García por otro.

Y Amaia no se equivoca en sus suposiciones. Nada más poner el culo en el asiento de la furgoneta que los lleva a Pamplona junto con la banda comienza el interrogatorio de Javier.

—¿Qué te pasa? ¿Te has levantado con mal humor o qué? Deberías estar muy contenta por todo lo que has hecho durante estas últimas semanas, Amaia —dice con una voz ronca el mayor de los hermanos Romero—. Ahora cierras esta etapa de conciertos y te pones en serio con las composiciones, ya sé que tienes muchas medio acabadas pero a ti siempre se te caracteriza por la perfección, así que demuestra lo que sabes hacer...

—Cállate, Javier —le interrumpe Amaia antes de que vaya a más. No quiere hablar, no quiere escuchar nada. Solamente quiere que la dejen en paz—. Todo lo que necesito es silencio. La cabeza me va a estallar.

—Menudo humor, chica ¿Te tiene que bajar la regla o algo? —pregunta su hermano en tono burlón.

—Vete a la mierda, gilipollas. No sé quién te crees para decir esa estupidez —Amaia hace amago de ponerse los auriculares pero Javier es más rápido que ella y le coge del brazo, evitando que se aísle del mundo.

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