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Las paredes de su habitación se mueven solas, todo su alrededor da vueltas y no puede pararlo. Esta mareado y ya lleva días con esa sensación de ingravidez, de vivir fuera de su cuerpo o al menos de no tener el control sobre él. No ha dormido mucho, por no decir nada, ha estado dándole vueltas a lo que ayer por la noche le dijo Amaia. Si mal no recuerda, ella le dijo que tenía miedo porque su relación era de dependencia total el uno del otro.

Alfred sabe que su novia está en lo cierto. Después de Eurovisión, al darse esa segunda oportunidad que ahora están aprovechando con tantas ganas, han estado viviendo en una constante luna de miel a distancia.

Los meses que han estado a caballo entre Barcelona y Pamplona les han demostrado que realmente se echan de menos, que se necesitan, que lo que tienen no es fruto de un capricho pasajero. Al menos para él, e intuye que en el caso de ella ocurre del mismo modo.

El que ella se haya mudado a Barcelona implica verse más y cuando Amaia tomó aquella decisión, muy meditada, fue en parte porque sabía que él no se iba a mover de la Ciudad Condal, al menos, en un par de años. Cuando ella le dijo que se trasladaba, el chico lloró como el niño que realmente era y eso a ella le ablandó el corazón a unos extremos inimaginables.

A kilómetros de distancia, una Amaia sin sueño recuerda todo lo que se imaginó el día que le contó sus planes de futuro. Cierra los ojos y recuerda como se creyó el hecho de que podrían hacer una vida de pareja normal, ir al cine, de compras, a visitar museos, a la playa, a cenar y, aunque ella fuera a vivir sola y él en su casa de El Prat, siempre habría un hueco para Alfred en su amplia cama de matrimonio. Sabía que pasaría más noches en aquel piso de las que realmente eran aceptables, sabía que poco a poco iría llevando su ropa y sus cosas hasta terminar compartiendo el alquiler. Lo sabía entonces y lo sabe ahora; sin embargo, no puede evitar que el miedo inunde cada una de sus terminaciones nerviosas.

¿Era eso amar? Se sentía pueril, una chiquilla imbécil que pierde el culo por su novio. Una persona ridícula que lo primero que hace al abrir los ojos por las mañanas es pensar en él y lo último que hace cada noche es evocar su cuerpo a su lado. Ella siempre se ha reído de esas actitudes, lo veía en las películas y en sus amigas y no podía evitar sentir vergüenza ajena. Y resulta que ahora ella es peor.

¿Era dependencia? No puede creer eso, por la sencilla razón de que ella era feliz antes de conocerlo, nunca se sintió incompleta. Sin embargo, durante su adolescencia siempre sintió que no terminaba de encajar con nadie. Es un hecho que existen muchas Amaias distintas que se manifiestan dependiendo de la situación y de la gente con la que está, ella lo sabe mejor que nadie. Pero con él puede ser ella al 100%, sin tapujos. Nunca lo había sabido, al menos durante su pubertad, pero resulta que es una persona tierna, que le encanta que le mimen y que estén pendiente de ella. Y eso no se lo ha dado nadie. Nunca.

Además, Alfred le completa y le complementa porque está pasando por las mismas circunstancias que ella: es su compañero, su amigo, pero, sobre todo, es su amor; su apoyo y su admiración son innegables. Ahora ella, a esas horas de la mañana, tumbada sobre su cama mirando al techo, se siente fatal por haberle tratado así. Se siente asustada porque no sabe controlar los sentimientos que tiene hacia él. Está abrumada porque no sabe cómo gestionar todas las emociones que le golpetean en el corazón y en su mente. "Menudo año está siendo 2018", piensa para sus adentros.

Se mete en Twitter desde su cuenta B y ve que la mitad de tweets hablan de lo magistral que estuvo la pasada noche sobre las tablas del Gayarre y la otra mitad se mueren de ternura con la foto que colgó Alfred. Claro que le gusta que tenga esos gestos, ¿a quién no? Sin embargo, siente que eso no es sino una manera velada de pedirle perdón y de ofrecer un poco de fanservice.

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